Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

Naranjas de la China

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Portada del libro

En sus recomendaciones de libros recientes sobre China desde el New Yorker, Evan Osnos recomienda China Airborne, Midnight in Peking, The Litttle Red Guard, Demystifying the Chinese Economy y China in Ten Words. Ninguno está, por cierto, entre las 50 últimas reseñas relacionadas con China del New York Review of Books.

Entre la memoria, el reportaje y el ensayo, Naranjas de la China, de Julio Arias, diplomático del servicio exterior de la UE, merece estar en las dos listas. Escrito en primera persona, narra la vida de un español formado en el Reino Unido que en 1998 hizo un curso de lengua y cultura chinas en la Universidad del Pueblo, en Pekín, y acabó quedándose de 2001 a 2009, primero como analista de una consultoría de empresas y más tarde como agregado comercial de la Delegación de la UE.

Llegó como “una especie de Phileas Fogg, el explorador de Julio Verne”, confiesa en la introducción, y se despidió, ocho años después, convencido de que “China había dejado de ser el aprendiz de brujo” y “se había convertido en una gran potencia, capaz de medirse codo con codo con los países occidentales y de ganarles en su propio juego”. (p. 287)

Frente a las visiones dominantes en Occidente de la China que, por fin, ha despertado –la alarmista, la triunfalista o la de un nuevo Mr. Marshall, todas caricaturescas-, Arias se ha sumergido en la vida cotidiana del país y, transformado en Hu Xiaolong, su nombre en chino, nos describe en doce cuadros lo que ha visto, oído y sentido.

En la Universidad del Pueblo, su puerta de entrada, comprobó las secuelas de Tiananmen. “Todavía hoy, durante su primer año, los universitarios chinos deben realizar dos meses de formación militar”, señala. (p. 43)

El bombardeo estadounidense de la embajada china en Belgrado, el 7 de mayo del 99, en el que murieron dos diplomáticos –un daño colateral según la OTAN-, le permitió observar la relación de amor y odio de los chinos con Occidente y la manipulación de la opinión pública por las autoridades.

Su primer trabajo en Pekín, la edición del primer Libro Blanco de la Cámara de Comercio Europea, le puso en contacto con los mandarines de la economía china y con algunos de los principales inversores extranjeros. “Todavía no se habían implantado muchas de las grandes empresas y se respiraba un ambiente fronterizo, donde los consultores éramos como los vaqueros en el salvaje oeste”, recuerda. (p. 73)

Aprovecha el pánico causado en abril de 2003 por el virus SARS, que paralizó y vació Pekín con medidas de cuarentena, para mostrarnos los hutongs (vivió en uno durante años) y los palacetes, con sus elegantes sauces llorones, introducirnos en lo mejor de la gastronomía china, recordarnos algunos consejos de Confucio sobre el buen comer y aprender de “la rapidez con que el camaleónico régimen supo aprender de sus errores: despidió a los responsables de la salud pública, corrigió su política de comunicación y puso en marcha un programa de prevención y control de epidemias”. (p.106)

Entre visitas a ciudades-fábricas y ágapes interminables, en los que los extranjeros acaban molidos a chupitos, hace un meticuloso retrato de los efectos de los 130 millones de trabajadores migrantes, en su mayoría jóvenes que huyen del campo, la mayor migración en la historia humana, tres veces el número de personas que emigraron de Europa a América en los siglos XIX y XX, un subproletariado de masivas proporciones, en el milagro económico chino de los últimos veinte años.

“Como una barca que sube y baja con el vaivén de la marea, las chicas y chicos del campo cubren puestos en las fábricas, en las canteras de construcción y en los restaurantes y peluquerías de las ciudades cuando la economía crece rápidamente, y, cuando esta se contrae, se retiran a sus pueblos y ciudades de provincia ocupándose de sus familias hasta que la coyuntura económica vuelve a ser propicia”, escribe. (p. 113-114)

En un estilo ágil y en un tono, como advierte Javier Moro en el prólogo, “divertido y burbujeante”, describe lo bueno y lo malo de vivir en un hutong, los restos de las barbaridades de Genghis Khan y del megalómano Mao, el tsunami transformador que llegó con los Juegos Olímpicos y la paciencia infinita que se necesita para sobrevivir a la kafkiana burocracia del sistema.

Pocos autores, incluidos los de más prestigio, especializados en China y con títulos académicos rimbombantes, han penetrado con tanta precisión en la realidad social concreta como Arias al describir, con humor contenido y siempre respetuoso, la adopción de un gato o la contratación del servicio doméstico en una ciudad como Pekín.

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