«Al Jazeera en inglés (AJE), nacida en 2006, se ha convertido en uno de los medios más importantes del mundo, con una audiencia de más de 250 millones y delegaciones en docenas de países», decía Nick Lemann, decano de la escuela de periodismo de Columbia entre 2003 y 2013, en la graduación de 2011.
«Los EEUU son uno de los países donde resulta más difícil ver AJE, pues sólo se emite en cable en tres ciudades medianas. Sin embargo, al comienzo de la llamada primavera árabe todos nos convertimos en adictos a ella desde nuestros ordenadores».
Para superar esa marginación en los EEUU, en agosto de 2013 la cadena matriz catarí (fundada y financiada desde el primer día, en 1996, con el presupuesto del emir) compró a Al Gore y a Joel Hyatt por 500 millones de dólares Current TV y la transformó en Al Jazeera America, con la que esperaba llegar a 40 millones de hogares.
¿Cómo? «Abordando lo que las televisiones estadounidenses ignoraban en sus informativos, misión para la que contrató a 900 profesionales, muchos de ellos de la CNN, la NBC y otros grandes medios», explica Esther Vázquez en su tesis doctoral sobre Al Jazeera, defendida recientemente en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
El 13 de enero la compañía anunció su cierre el próximo 30 de abril «porque nuestro modelo de negocio simplemente no es sostenible ante los desafíos económicos en el mercado estadounidense de los medios». La decisión, añadía, «nada tiene que ver con el trabajo de la cadena, que ha sido magnífico».
En las horas de máxima audiencia apenas logró superar los 30.000 espectadores. En su análisis de las causas, The New York Times cita el hecho de ser una marca árabe, el deterioro de las cuentas del emirato por la caída del precio del petróleo, la saturación del mercado por cable, la competencia creciente de internet, la mala gestión (que provocó varias desbandadas de sus mejores profesionales en 2014 y 2015) y algunas exclusivas como la de las estrellas del béisbol y del fútbol americano que, supuestamente, se drogan para mejorar su rendimiento.
Uno de los acusados, Peyton Manning, capitán de los Broncos de Denver, lo ha negado todo. Como Ryan Zimmerman y Ryan Howard, dos de los mejores en béisbol, se ha querellado contra la emisora.
Al recibir la Columbia Journalism Award en 2011, el fundador de AJE, Al Antey, ofreció más de 100 lecciones para sobrevivir en la selva del nuevo periodismo. Nos emocionó y todos le aplaudimos, pero no le han servido para salvar AJ America. Demasiados leones le acechaban.
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WASHINGTON — The closing of Al Jazeera America, expected in April, is a sad conclusion to a project that was by turns uplifting and inspiring as well as troubling and depressing. Its demise offers a lesson in both the limitations of public diplomacy and the obstacles to providing high-quality television journalism.
Al Jazeera America was the latest, and perhaps most ambitious, branch of a media empire that the tiny but wealthy Gulf emirate of Qatar has used to project its influence, first regionally and then globally. The American-specific incarnation, begun in 2013, was partly an effort to rebrand for the United States the earlier iterations of the franchise, Al Jazeera Arabic and Al Jazeera English. But the American network was hobbled from the start by this very legacy.
Because Al Jazeera Arabic overtly promoted Doha’s foreign policy objectives, the network was controversial and disliked by virtually every other government in the region. The Arabic station introduced a freewheeling reporting style — except for avoiding any criticism of Qatar — that transfixed Arab audiences with previously unheard-of debates.
Impartial it was not: A hefty dose of old-fashioned Arab nationalism and a strong bias for the Muslim Brotherhood, which was supported by the Qatari government, were unmistakable. This ideological orientation led to exaggerated accusations in the United States, especially in the aftermath of the Sept. 11 terrorist attacks, that Al Jazeera served as a media affiliate of Al Qaeda.
Hyperbolic as such claims were, there was a distinctly anti-American bent to its reportage. The Iraq war, in particular, was portrayed virtually as a campaign of mass murder.
The real problem here was the Janus-faced nature of Qatari foreign policy, contradictory and ultimately unsustainable.