Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

Un espectáculo obsoleto

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Delegates hold up thank you cards in Charlotte, N.C., on Sept. 5th, 2012.

Plataformas hueras y precocinadas. Delegaciones aborregadas y teledirigidas hasta extremos inconcebibles en una democracia tan plural y rica como la que nos describió Alexis de Tocqueville. Miles de periodistas, analistas, blogueros y lobistas (lobos, lobeznos o loberos casi siempre) sin una noticia que llevarse a la boca, sólo chismes de sociedad, en busca siempre de oportunidades de negocio.

“Mitt es bueno y lo hará bien”. Sólo faltaba que su esposa dijera lo contrario. Tensión cero. Sin sorpresas, ni grandes ni pequeñas, que llevarse a las portadas. Qué lejos quedan 1960, cuando  J.F.K. rompió todas las quinielas  eligiendo a Lyndon B. Johnson como número dos; la guerra de las huestes de Rockefeller contra las de Goldwater en 1964; la batalla campal de 1968, cuando Chicago se convirtió en  el horno del movimiento contra todo, empezando por Vietnam. O el suspense de Reagan, en 1980.

“Lo más útil (…) para mí son las conversaciones privadas con delegados, encuestadores, y personal de las campañas sobre qué esperan y dónde cuando suene la última campana”, confesaba ayer en el New York Times Tom Brokaw (NBC), que las ha vivido todas desde los 60. “Me lo paso bien y hago nuevos amigos, pero no dejo de preguntarme si no se puede hacer mejor de otra manera”.

Escuchaba anteayer en la CNN a John Sununu, maronita descendiente de libaneses cubanizados, ex gobernador de New Hampshire y jefe de personal de la Casa Blanca con Reagan, elegido por Romney como perro de presa:  “Las campañas presidenciales son como los partidos de baloncesto”, decía. “En el baloncesto todo se decide en los últimos dos minutos; en las campañas, todo se decide en los últimos dos meses”.

A veces, sólo a veces. Con permiso de Vicente Salaner, eso de que los partidos de baloncesto se deciden en los últimos dos minutos, ocurre ocasionalmente. En 2008, por ejemplo, influyó claramente el desplome de Lehman Brothers dos semanas antes de la votación, pero no es lo habitual. Normalmente, las encuestas realizadas entre seis y diez meses antes de la elección se ajustan más a los resultados que las de última hora. La mirada larga, los procesos maduros, exigen tiempo.

En 2012, el partido entre el malo y veleta de Romney, y el menos malo de Obama, aunque desnudo para muchos de su aura de 2008, dependerá del lado de la balanza al que se incline el elevado porcentaje de indecisos, que aún no saben si castigar a Obama por la triste situación económica o darle otra oportunidad ante una alternativa peor.

“Menos Gobierno”, repiten las lumbreras republicanas en Tampa. “El Gobierno no ha hecho los deberes para evitar otro Katrina, no se le ve”, añaden sin respiro. ¿En qué quedamos?

Diseñadas como espectáculos televisivos para ganar 2 o 3 puntos, en la era de las redes sociales, con televisión a la baja, han perdido su razón de ser. Necesitan un repaso igual o más fuerte, en fondo y en forma, que el de las cumbres iberoamericanas. Yo las reduciría a un día y sólo invitaría a ellas a los jefes de cada delegación para un debate serio sobre el programa, el país y el mundo. El resto del attrezo que se quede en casa: en cada uno de sus estados, donde pueden seguir a sus jefes por videoconferencia o los digitales, ahorrando mucho dinero al partido y mucha bazofia a los espectadores.

En Tampa, los republicanos han tenido mala suerte. La furia de Isaac, tormenta y huracán según los días o el reportero que hable, ha enfriado la fiesta. Ante tanta destrucción, hay que controlar la euforia o perderán muchos votos. Ojo, Obama no lo tendrá mejor en Charlotte la semana próxima. Como comandante en jefe, es el primer responsable de lo que se ha hecho o dejado de hacer en los últimos tres años en Nueva Orleans y en el resto del sur desolado por el Katrina.

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