En mayo de 2007 se publicó en España el libro de Paul Preston sobre los corresponsales extranjeros en la guerra civil española. Una tarde me llamó Fernando González Urbaneja, que entonces presidía la Asociación de la Prensa de Madrid, para preguntarme si podría entrevistarle al día siguiente para la revista Cuadernos de Periodistas de la asociación. Esa misma tarde me envió un ejemplar y me encerré a leerlo. Creo que no dormí esa noche más de dos o tres horas. Como había quedado con el hispanista británico en un hotel de la calle Goya a las 4 de la tarde del día siguiente, me dio tiempo a terminarlo.
Habiendo dedicado muchas horas al tema en mi trabajo doctoral y en incursiones posteriores para conferencias, seminarios y la revista del Club Internacional de Prensa, conocía muchos detalles y casi todos los nombres me hacían revivir obras de autores que, a comienzos de los 80, leí con gran interés.
Todo esto lo tenía olvidado hasta la madrugada del 5 de mayo de 2013. Recopilando documentación para otro encargo de Cuadernos de Periodistas sobre la crisis de los corresponsales extranjeros, me encontré en la página del Instituto Cervantes con un texto de Preston sobre los corresponsales en la guerra civil. Rescaté el libro de mi biblioteca y comprobé que el texto era un amplio resumen o adelanto del libro para una exposición del instituto celebrada en 2006, como el propio Preston nos cuenta en la entrevista que pueden leer en esta entrada. Disfrutemos, primero, con el artículo, que es una joya.
Al finalizar la Guerra Civil española, Frank Hanighen, que durante un tiempo había sido corresponsal en España, editó los relatos de las vivencias de algunos de sus compañeros de profesión. Según Hanighen «la Guerra Civil española supuso el inicio de una nueva etapa, con mucho la más peligrosa de todas, en la historia del reportaje periodístico». Años más tarde, Herbert Southworth, que en aquel momento escribía para el Washington Post y se convirtió en un renombrado experto en periodismo y propaganda durante la guerra, subrayó el singular papel que jugaron los corresponsales en España: «La Guerra Civil española afectó de forma directa solamente a una pequeña parte del globo, pero atrajo hacia España la atención del mundo entero. De hecho, la prensa que cubrió la guerra española fue, tanto en lo que se refiere a los actores como a sus interpretaciones, más variada que la prensa que cubrió la Segunda Guerra Mundial. Por ello, durante la Guerra Civil el campo abierto a los propagandistas era amplio y diverso».
Hanighen destacó las dificultades a las que se enfrentaban los corresponsales: cinco de ellos murieron durante la guerra, otros resultaron heridos. En ambos bandos los corresponsales estaban expuestos al peligro de los francotiradores y a los ataques y bombardeos de las fuerzas aéreas. También en ambos bandos, era difícil sortear el control del aparato censor, aunque si esto podía ser un problema en la zona republicana, en la zona rebelde suponía directamente peligro de muerte. En la zona franquista, algunos corresponsales, como Edmond Taylor, jefe del departamento para Europa del Chicago Daily Tribune, Bertrand de Jouvenal del Paris-soir, Webb Miller de la United Press, Arthur Koestler y Dennis Weaver, ambos del News Chronicle, se contaron entre los que fueron encarcelados y amenazados con ser ejecutados.
En comparación, el aparato de prensa de la República facilitaba más que impedía el trabajo de los corresponsales. Constituía una sección del Ministerio de Estado, y algunos días después del golpe militar se estableció en el edificio de trece plantas de la Telefónica, donde se ubicaba el cuartel general de la American International Telephone and Teleghraph Company (ITT). Al ser el edificio más alto de Madrid, fue con frecuencia blanco del fuego de la artillería y era alcanzado con regularidad. Desde allí, los periodistas enviaban sus crónicas a los censores antes de que se les permitiera comunicarlas por vía telefónica a sus periódicos. En medio de un ensordecedor caos idiomático, los empleados de la ITT tenían que escuchar con gran atención para asegurarse de que lo leído no difería del texto censurado. A pesar de los bombardeos, los censores, las telefonistas y los corresponsales simplemente seguían trabajando. Algunos periodistas vivían en el Hotel Gran Vía, que estaba justo al otro lado de la calle. Mucho más popular era el Hotel Florida, en la esquina de la plaza de Callao, un poco más abajo, en la misma Gran Vía.Koltsov en mitin de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, Madrid, 27 de septiembre de 1936. A su derecha, Rafael Alberti, en el centro José Bergamín y al final de la mesa, María Teresa León.
En la zona republicana las mayores dificultades se debían a las carencias materiales. Al avanzar la guerra, los periodistas, como el resto de la población, se veían obligados a gorronear para conseguir comida y cigarrillos. Ernest Hemingway incrementó su popularidad gracias a la enorme reserva de alimentos (tocino, huevos, café, mermelada) y bebidas (whisky y ginebra) que almacenaba en su habitación en el Florida. Sus existencias las reponía y distribuía su fiel amigo Sydney Franklin, un torero estadounidense. Sefton Tom Delmer tenía en su cuarto de baño un bar repleto de botellas, que había comprado a los anarquistas que habían saqueado las bodegas del Palacio Real. El Hotel Florida, al igual que el edificio de la Telefónica, se encontraba en la línea de fuego y con frecuencia recibía el impacto de la artillería rebelde. Ante la imposibilidad de dormir durante los bombardeos de la artillería, cada noche se convertía en una fiesta en el patio del hotel…seguir leyendo
Entrevista con Paul Preston
Los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil
Felipe Sahagún
Paul Preston nos recibe en un hotel céntrico de Madrid el miércoles, 31 de mayo, a las cuatro y media de una tarde plomiza que amenaza tormenta. Los amigos de Random House Mondadori, reponsable de la edición en castellano, le han organizado, aprovechando la Feria del Libro, una apretada agenda de entrevistas y disponemos de una hora, aproximadamente, para hablar de su último libro.
We saw Spain die es su título en inglés, sustituido con enorme libertad, libertinaje más bien, en la edición en español por Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España. Habiendo conocido y admirado a Herbert Matthews, el gran corresponsal del New York Times en la Guerra Civil, de la que nos dejó, amén de numerosas y excelentes crónicas, el libro Half of Spain Died, confieso que me gusta más el título en inglés, pero vayamos a su contenido.
Felipe Sahagún (F.S.)- ¿Refleja este título lo que ha descubierto en la investigación sobre las vidas de los corresponsales o hubo de todo?
Paul Preston (P.P.)- Evidentemente, hubo de todo. El periodista es humano y no pretendí nunca hacer una enciclopedia de todos los corresponsales que pasaron por España. En algún momento hice un recuento y llegué a casi mil nombres de periodistas que estuvieron aquí: unos, dos días; otros, semanas; algunos como turistas. En el libro recojo las biografías de seis, pero hay otros que salen con mucha frecuencia. Creo que hablo de una veintena de los más importantes. Hay zonas o áreas de las que no hablo.
Por ejemplo, no hablo de los nazis porque tanto ellos como los fascistas italianos provenían de países donde no había libertad de prensa y su papel en la zona rebelde se limitó a ensalzar a sus regímenes y la causa rebelde. Sería absurdo referirse a ellos como idealistas. Eran propagandistas. Ni más ni menos. En cualquier título hay siempre una cierta falsedad, pero, en general, diría que el 80 por ciento del libro trata de gente que podríamos definir como idealista. Por supuesto, había también muchos cínicos. También conservadores católicos que, si eran sinceros y escribían cosas interesantes, yo les habría incluido como idealistas. Lo que pasa es que encontré en sus escritos, sobre todo, falsificaciones de noticias y, claro, eso no permite hablar de ellos como idealistas.
Para mí, la gran mayoría de los protagonistas del libro fueron idealistas en el sentido de que tenían unos altos valores éticos y profesionales, y en ningún momento salieron de unos límites éticos y profesionales que se habían impuesto a sí mismos.
F.S.- ¿Cómo surge la idea, después de tantos años investigando la Guerra Civil, de dedicar un libro precisamente a los corresponsales y por qué, finalmente, ahora?
P.P.- Siempre he ido a remolque de mi nariz. Se me ocurre algo y voy como un sabueso siguiendo unas pistas. En este caso hay un antes y un después. El antes es que, en cierta medida, uno de mis grandes maestros fue un periodista. Creo que los periodistas serios y los historiadores serios somos del mismo gremio. Los periodistas hacen el primer borrador y nosotros, con la ventaja de la retrospectiva, podemos elaborar y pulir más, pero estamos en lo mismo y el buen periodista hace siempre el primer borrador. Mi maestro fue Herbert Southword, a quien dedico este libro. El me infectó una gran admiración hacia los grandes periodistas de la época.
Creo que jamás ha habido una guerra en la que ese concepto de primer borrador haya sido tan profundo y tan importante con periodistas como Jay Allen, Herbert Matthews y George Steer. De entrada, ya tenía en mente una idea de su importancia y, en algunos casos, memorias que había leído de ellos me habían parecido de los textos más importantes sobre la Guerra Civil y eso lo dice alguien que ha pasado su vida entera leyendo libros sobre la Guerra Civil.
Mantuve mi interés y mi compromiso haciendo ediciones de sus libros. Por ejemplo, en Espasa Calpe había hecho una edición de Vida y muerte de la República, de Henry Buckley. También había hecho una edición de El árbol de Guernica, de Steer. Dicho todo esto, si hace dos años usted me pregunta si, en dos años, escribiría un libro sobre los corresponsales en la Guerra Civil, me habría parecido una locura. El detonante, en realidad, fue la Exposición sobre Corresponsales que hizo el Instituto Cervantes con la Fundación Pablo Iglesias (en el otoño-invierno de 2006). Al preparar esa Exposición, me pidieron que hiciera parte del catálogo. Interrumpí lo que estaba haciendo en ese momento y me puse a ello. Al empezar a rasguñear un poquitín, me obsesioné. Empecé a encontrar diarios, cartas, una materia tan fascinante que no lo pude dejar. Hasta el punto, casi, de correr el riesgo de divorciarme, pues este libro lo he hecho en quince meses, pero trabajando los siete días de la semana, catorce horas por día, como un obseso, y mi mujer me quería echar de casa.
F.S.- Si se hubiera metido en hemerotecas y se hubiera centrado en crónicas, nada más, de los corresponsales seleccionados ¿cree que habría llegado al mismo resultado o a otro mucho más pobre? Y, cuando hace la selección de las treinta mejores crónicas para la Exposición y de los autores para el libro, ¿aplicó algún criterio concreto?
P.P.- Es evidente que, si hubiera empezando leyendo crónicas, habría hecho un libro totalmente distinto y mucho más pobre. Lo que intenté hacer ha sido totalmente diferente. Si buscáramos un hilo conductor, sería tratar de averiguar si la vida diaria y las condiciones por las que tuvieron que pasar aquí en España los corresponsales en ambas zonas ayudan a entender mejor la realidad de la Guerra.
F.S.- ¿Cambió en algo esta investigación sus convicciones y sus conclusiones después de tantos años investigando este tema -ahí están, como prueba, obras tan importantes como La Guerra Civil o La destrucción de la democracia en España: reforma, reacción y revolución de la Segunda República?
P.P.- Me consolidó mucho la idea que tenía de la zona franquista, donde se intenta y se logra imponer una dictadura. Las instrucciones secretas del general Mola, el director de la conspiración, de eliminar por el terror a los que no pensaban como ellos reflejan una incompatibilidad total con la libertad de prensa. Como se demostró en los años siguientes, la libertad de prensa les importó un bledo. Todo lo contrario. Encontré muchas pruebas que reforzaron mi idea previa de la dictadura militar.
En el caso de la zona republicana, esta investigación enriqueció mi concepto de lo que era la política republicana: su riqueza, sus contradicciones…
Entrevista completa con Paul Preston (31 de mayo de 2007)

Jan 2007 exhibition at Instituto Cervantes recalling the reporting of the Spanish Civil War (Sonia Pérez Marco/Instit. Cervantes)
ELAINE SCIOLINO published a feature on Jan 30, 2007 in The New York Times about the exhibition that, as Preston himself explains in our conversation above, pushed him to extend his research into the final book.
MADRID — It was “the golden age of foreign correspondents,” the historian Hugh Thomas wrote, a period in the late 1930s when the literary elite descended on Spain armed with a lust for adventure and belief in a cause.
The lure was the Spanish Civil War. In February 1936 Spanish voters elected, by a small plurality, a center-left coalition of Socialists, Communists, Republicans and Anarchists. Then in July, Gen. Francisco Franco led an uprising against the five-year-old Spanish Republic that plunged the country into civil war.
Mussolini and Hitler supported Franco, while Stalin sent advisers and arms to his opponents. The United States, Britain and France sat on the sidelines.
The writers and foreign correspondents who came to Spain invented a new kind of war journalism, reporting in first-person, eyewitness accounts the brutal feel of the battlefield.
Their two-and-a-half-year chronicle became something more, an intimate encounter with the great ideological battles of the time: between church and state; rich and poor; the aristocracy and the classless; democracy and fascism….
“The best writers came to tell the world what was happening in Spain,” said the exhibition’s curator, Carlos Garcia Santa Cecilia, a former journalist. “They felt a compulsion to be here, to bear witness, to fight for their beliefs. It was the first time journalists said, ‘I must write what I see, what I feel.’ ”
The aviator and author Antoine de Saint-Exupéry flew in on his own plane. George Orwell took his pen to the battlefield and nearly died when he was shot through the neck. Arthur Koestler was locked up by Franco supporters.
Kim Philby, The Times of London correspondent, was already a Soviet agent gathering information under the cover of his job as a reporter. Ernest Hemingway posed for one report for The New Republic holding a rifle while lying on the battlefield.
In recent years Spain has begun to shake off the collective amnesia that had gripped it since Franco’s death. Books, exhibitions, documentaries, television series and films have given stark, eloquent testimony to the Franco’s silent victims… more
Envoyés spéciaux de la guerre d’Espagne
par Anne Mathieu (Août 2016 pages 22 y 23)
Il y a quatre-vingts ans, un coup d’État militaire précipitait l’offensive contre la République espagnole. Très vite, la presse française allait dépêcher sur place ses reporters et publier les observations de militants : communistes, socialistes, anarchistes. (Re)lire leurs textes offre une immersion dans un moment politique hors du commun, lorsque l’espoir le disputait à l’inquiétude.
D’en haut, dans le ciel, savait-on seulement si on était en France ou en Espagne ? » Ainsi s’interroge, dans l’avion qui l’emmène de Marseille à Barcelone, le 30 juillet 1936, l’envoyée spéciale du Petit Parisien, un quotidien d’information populaire qui compte parmi les « cinq grands » de l’entre-deux-guerres (1). Andrée Viollis est l’une des journalistes les plus célèbres de l’époque et la plus aguerrie des reporters français présents sur le sol ibérique après le coup d’État. Elle y restera, pour ce premier séjour, jusqu’à la fin août.
Depuis février 1936 et la victoire du Front populaire aux élections législatives, un vent d’espoir soufflait sur l’Espagne. Mais, après plusieurs mois de tension, le choc prévisible arriva : un coup d’État militaire. Une insurrection éclate au Maroc espagnol le 17 juillet, puis gagne la péninsule le 18. Des villes tombent aux mains des « rebelles » ; d’autres résistent, dont Madrid et Barcelone. Des reporters français de toutes tendances politiques sont rapidement envoyés de l’autre côté des Pyrénées : des journalistes socialistes, communistes, radicaux, libertaires… Certains y retourneront jusqu’à la chute de la République, en avril 1939.
Les suivre en ce début de conflit, confronter leurs écrits, c’est appréhender le début de la guerre d’Espagne avec leurs yeux ; c’est se rendre compte combien leurs positionnements idéologiques étaient mis en sourdine, du fait notamment de la fascination similaire qui les animait. C’est enfin mesurer combien leurs récits étaient alors proches tout en dessinant les signes des divisions bientôt à l’œuvre. Que virent-ils ? Que ressentirent-ils en face de ce peuple debout ? Que voulaient-ils transmettre ?
Dans son reportage inaugural, Viollis joue sur la similarité des paysages de part et d’autre de la frontière. On retrouve ce jeu descriptif chez un autre reporter, arrivé dans d’autres conditions, les moyens des organes militants n’étant pas ceux de la « grande presse ». Jean-Maurice Hermann, signature du quotidien socialiste Le Populaire, est l’un des tout premiers à être parvenus dans la péninsule insurgée, où il demeurera jusqu’à début septembre pour une première série de reportages. Ayant passé le col du Perthus avec un camarade de Narbonne le 23 juillet, il constate : « Les mêmes belles routes bordées de chênes-lièges que de l’autre côté, les mêmes maisons carrées. Mais, à l’entrée du village, un groupe d’ouvriers, tous armés. »
« Le peuple de Madrid est le maître »
Ce pays en armes qui surgit sous le regard des reporters respire une atmosphère révolutionnaire dont deux d’entre eux ont vécu l’éclosion en Catalogne. Charles Wolff, journaliste et traducteur, qui s’engagera plus tard dans les Brigades internationales, est à Barcelone le 19 juillet. « Des barricades se dressèrent en dix minutes (…). En une demi-heure, toute la ville s’était hérissée de fortins que leurs occupants comptaient bien défendre jusqu’à leur dernière goutte de sang », relate-t-il dans La Lumière, hebdomadaire radical-socialiste « d’éducation civique et d’action républicaine ».
La description la plus bouillonnante de Barcelone figure chez le reporter communiste Georges Soria, qui suivra toute la guerre. Il est notamment l’envoyé spécial de l’hebdomadaire illustré Regards, proche du Parti. Il y retrace, dans l’édition du 30 juillet, la journée du 18, au lendemain de l’insurrection des garnisons du Maroc espagnol : « L’on voudrait pouvoir raconter durant des heures l’héroïsme des combattants de ces journées tragiques. L’héroïsme de ces femmes servant les mitrailleuses, de ces adolescents farouches, qu’un seul appel des organisations avait fait descendre dans la rue, de tous ces mioches portant à leurs aînés des munitions. Le récit perd ici les droits que le pittoresque conquiert. » Le « pittoresque » offre au lecteur un imaginaire communard qui n’est pas uniquement le fruit de la scène vécue par le reporter. Les journalistes qui pénètrent alors en Espagne sont tous nourris de la révolution des Asturies d’octobre 1934 (2). Des périodiques communistes aux socialistes en passant par les radicaux et les libertaires, celle-ci était devenue alors la « Commune des Asturies », à laquelle on ne manquait pas d’associer l’adjectif « héroïque ». Cette glorification de la lutte se retrouve chez tous les reporters français en cet été 1936.

Grâce à Hermann, le lecteur du Populaire poursuit son chemin au travers de cette atmosphère révolutionnaire : « Traversant les rues encore endormies de la vieille cité de Gérone, nous nous heurtons sur la chaussée à un tas de meubles brisés, soigneusement rangés, devant un immeuble où flotte le drapeau rouge. » Le rédacteur diplomatique du quotidien communiste L’Humanité, Paul Nizan, a traversé les Pyrénées par Puigcerdà — c’est-à-dire par Latour-de-Carol côté français — le 28 juillet, pour un séjour qui durera jusqu’à la mi-août. Il arrive, lui, à Barcelone le 30 juillet. Premières impressions : « À tous les carrefours, des miliciens en armes, des chicanes, des blockhaus. Le peuple veille sur ses libertés. » Début août, il est à Valence : « La ville était couverte de barricades » (3).
Quel est ce peuple combattant ? Le libertaire Robert Louzon, ingénieur et l’un des acteurs principaux de la revue syndicaliste-révolutionnaire La Révolution prolétarienne, en précise les contours le 10 août dans ses « Notes sur Barcelone », prises le 5 : « Dès que vous posez le pied dans la ville, vous vous rendez compte que l’ouvrier y est maître — le seul maître. » On relève le même terme dans un tout autre périodique, l’hebdomadaire La Flèche de Paris, organe du mouvement frontiste, dont le directeur est Gaston Bergery. La reporter Marguerite Jouve, en Espagne depuis un an, y assure le 1er août depuis la capitale, où elle passe alors une dizaine de jours : « Donc le peuple de Madrid est en armes — le peuple et tous ses alliés antifascistes des classes intellectuelles —, parlons net : il est le maître (4). » Tous les reportages sont emplis d’un étonnement fasciné devant cette « armée populaire », comme dans le quotidien libéral de gauche L’Œuvre, qui ouvre ses colonnes à des personnalités très variées. Son envoyée spéciale, Germaine Decaris, membre du comité central du Parti d’unité prolétarienne (5), arrive pour quelques jours au Pays basque le 23 août. Sa description des milices populaires à Irún souligne l’absence apparente de hiérarchie : « Nous venons de parler d’un lieutenant. À vrai dire, si nous ne lui avions pas été présentés, nous n’eussions pas pu deviner qu’il avait un grade dans l’armée. Les marques extérieures du respect n’ont, en effet, pas fait leur apparition dans les rangs des miliciens. Dieu merci, on ne s’y salue pas. Une bourrade, une tape dans le dos remplacent les formalités ordinaires… »
Les premiers envoyés spéciaux se penchent sur l’habillement de ce peuple combattant. Sur le front de Saragosse (Aragon), Hermann dépeint les « instituteurs, ouvriers, paysans, pareillement vêtus de simples bleus de travail » : « el mono azul », uniforme de ces soldats atypiques, symbole du caractère populaire de la révolte face au coup d’État. Certains journalistes le revêtiront en signe de soutien, tels les reporters-photographes Robert Capa et Gerda Taro. Dans son premier article du Petit Parisien, Viollis dévoile « les ouvriers en armes aux tenues variées et fantaisistes, en salopette, en chemise à col ouvert, tête nue ou coiffée d’un béret, quelques-uns enfonçant sur leur crâne des bonnets ou des chapeaux rouges ».
Description similaire, un brin de cliché en plus, dans l’organe de l’Union anarchiste, Le Libertaire, sous la plume de Charles Ridel (de nationalité belge) et de Charles Carpentier, arrivés en Espagne le 29 juillet par Puigcerdà. Ouvriers, mais aussi journaliste pour le premier, ils viennent se battre dans la colonne Durruti (6). Le Libertaire insiste sur leur « témoignage », précisant que « ce n’est pas là le travail de journalistes qui passent deux heures ici ou là et qui émettent à la suite des opinions aussi définitives qu’approximatives ». Daté du 2 août à Bujaraloz (Aragon), leur papier rapporte : « Les miliciens sont pareils à ceux de Pancho Villa, que le cinéma a popularisés. Pas un n’a le même uniforme : des combinaisons bleues, des habits civils, des uniformes dépareillés, des casques, des bérets, de grands chapeaux mexicains, des bonnets de police rouges et noirs, etc. La seule partie qui soit commune, ce sont les espadrilles. » La peinture iconique de la révolte populaire acquiert une dimension pittoresque : la salopette, les espadrilles, les chapeaux mexicains, les bérets… Mais la spécificité de la révolte antifasciste espagnole n’oblitère pas son caractère universel.

Ce peuple bigarré suscite chez les reporters l’évocation de figures de la révolution. Et des plus singulières. Le journaliste et traducteur J. E. Pouterman, signature récurrente de la presse communiste — mais également reporter à L’Œuvre —, est arrivé à Barcelone le 1er août via Cerbère/Port-Bou, et va rester en Espagne trois semaines. Sur le front de Saragosse au début du mois, il partage avec le lecteur de Regards sa stupéfaction à la vue des mitrailleurs : « Or c’est une grande surprise pour moi de constater que cette section compte plusieurs femmes. »
Viollis, sur le front de Guadarrama (Madrid), souligne le caractère asexué de l’Espagnole dans le combat : « Quand elles en viennent aux mains avec l’ennemi, d’un côté comme de l’autre, ce n’est pas une idylle. » Soria s’arrête aussi sur les combattantes, hésitant entre deux caractérisations. Il expose d’abord « le spectacle de ces femmes qui, à l’annonce de la mort d’un des leurs, milicien, lâchent tout, foyer et famille, pour aller venger, fusil à la bretelle, l’enfant mort ». C’est l’instinct maternel qui pousse les femmes à l’action, au combat… Ensuite, narrant l’histoire de l’une d’elles, il conclut : « Cette femme était absolument fantastique dans sa douleur. Aujourd’hui, elle a orienté son désir de justice. Elle est milicienne. » La femme peut avoir un engagement rationnel, idéologique : le militantisme lui permet de s’extraire de sa condition culturelle…
Henriette Nizan, épouse de Paul, qu’elle accompagne dans son expédition espagnole, est chroniqueuse à Vendredi. « Hebdomadaire littéraire, politique et satirique » dont l’existence épouse celle du Front populaire en France, il représente les trois tendances de la coalition (7). À l’occasion de la victoire du Frente Popular en février, dans cette Espagne de la seconde République où le droit de vote avait été accordé aux femmes en 1931, la chroniqueuse avait allégué : « On ne rendra justice aux femmes que quand on pensera qu’elles sont plutôt capables de faire la politique de leur classe que la politique de leur sexe. » L’Espagne en armes lui donnera raison.
Les figures diverses de la révolution s’animent spécialement en deux circonstances. L’une doit concentrer en elle toute l’imagination du lecteur et, par conséquent, tout le talent de mise en scène stylistique du reporter : le chant. « Soudain, des chants retentissent », écrit Hermann sur le front de Saragosse. La brièveté de la phrase ajoute à la « soudaineté », procédé que l’on relève aussi chez Viollis sur le front près de Madrid : « Mais quel est ce chant sorti de cent poitrines, qui s’élève dans la nuit avec une grandeur grave et sauvage ? (…) Ce sont les vainqueurs, un millier de soldats réguliers, qui rentrent. » L’étonnement des reporters trouve un écho chez un témoin, dans Les Cahiers des droits de l’homme, le bulletin de la Ligue éponyme : « Quel spectacle inoubliable que ces ouvriers, employés, petits bourgeois qui, pour la circonstance, n’avaient revêtu aucun uniforme, aucune chemise multicolore et qui, après avoir maté à Barcelone la réaction fasciste, partaient en chantant vers Saragosse défendre la république. » Une formule éclot sous la plume de Nizan : « C’est ainsi qu’est l’Espagne : la marche vers le combat ne se sépare pas du chant. » Comme si les Espagnols allaient à la guerre en dansant des paso-doble, en frappant dans les mains ou en faisant claquer des castagnettes. Malgré ce stéréotype culturel pourvoyeur de propagande, la formule reflète une réalité, confirmée aussi bien par les reporters que par les témoins.
Autre image animée à faire jaillir, et au mécanisme similaire : les poings levés. « Tous les cinq ou six kilomètres, nous sommes arrêtés par des jeunes gens souriants qui nous saluent, le poing levé », écrit Hermann, tandis que Nizan indique qu’« au passage des combattants, ceux qui restent sur le front du blé lèvent le poing ». Dans la campagne entre Barcelone et la Sierra de Guadarrama, même « les gosses tendent le poing », précise enfin Soria dans Vendredi. Posture suscitée par la présence du journaliste ou geste spontané, le signe atteste l’enthousiasme révolutionnaire et la ferveur antifasciste. Dans les reportages, par son intermédiaire, la masse des anonymes devient un personnage à part entière. La figure de l’Espagne en révolte, en révolution, est celle d’une ombre multipliée au poing levé. Et qui doit faire face à une campagne de dénigrement, de calomnies de la part de la presse d’opposition, de droite et d’extrême droite.
Celle-ci se concentre principalement sur les incendies d’églises, trouble attribué aux anarchistes. Aucun reporter ne les nie. Tous les expliquent. « Il est vrai que presque toutes les églises de Barcelone ont été incendiées, mais il est également vrai que le clergé espagnol s’est rangé ouvertement, dans la lutte, du côté de la rébellion », déclare Pouterman dans L’Œuvre. Raison invoquée également par Viollis dans Le Petit Parisien, précisant qu’il s’agit d’une « haine non pas religieuse, mais anticléricale ». Ces analyses lui attireront les foudres du journaliste d’extrême droite Léon Daudet, qui, dans L’Action française, lui reproche son « interprétation dans un sens favorable, et “Frente popular” endiablé, [des] abominations commises à Barcelone, récemment, par les gouvernementaux. Je savais Mme Andrée Viollis passionnément “rouge”, mais je ne la croyais pas rouge jusqu’à la dégustation du sang frais, celui-ci fût-il de prêtres et de sœurs de charité ».
Célébrations dans l’unité
Nombre de reporters de gauche vont souligner la différence entre cette réaction viscérale face aux églises et la volonté de conserver le patrimoine culturel. Deux écrivains, mandatés par le Comité du rassemblement populaire, ont pris l’avion avec Viollis. Jean Cassou, inspecteur des monuments historiques, membre du cabinet de Jean Zay (le ministre de l’éducation nationale et des beaux-arts), est également rédacteur en chef de la fameuse revue Europe ; Jean-Richard Bloch, chroniqueur dans la même revue, publiera plus tard un ouvrage, Espagne, Espagne !, fruit de son séjour. Tous deux sont compagnons de route du Parti communiste français (PCF). Dans Vendredi, Cassou mentionne qu’« à côté des églises brûlées » à Barcelone, il a vu aussi « des trésors sauvés par des équipes de jeunes artistes et de jeunes archéologues qui les retiraient des flammes ou qui, souvent, d’accord avec le peuple, choisissaient les objets de valeur avant de livrer la pacotille à la colère de celui-ci ». Une seule voix dissonante : celle de Gabriel Péri, responsable de la politique étrangère de L’Humanité, également membre du comité central du PCF et député. Il est arrivé à Barcelone vers le 5 août et va demeurer en Espagne pendant deux semaines : « Brûler les églises n’a jamais été un article du programme communiste. Jamais un communiste français n’a recommandé d’incendier une église. » On aura saisi l’invective implicite.
Ce ton tranche avec les autres reportages, dans lesquels, en ces premiers jours et semaines, la notion d’« unité » est manifeste. Reporter à L’Humanité, Pierre Mars est l’un des tout premiers arrivés sur le sol espagnol, par Puigcerdà, vers le 25 juillet. Il a la particularité d’être allé aussi bien dans le nord-est que dans le nord-ouest de l’Espagne et, aussi, de s’être rendu dans des contrées détenues par les « rebelles ». Au Pays basque, début août, il décrit les militants lisant le journal Frente popular, édité sur place : « Le combattant qui veille devant Oyarzun, celui qui lutte à Villafranca le lisent, comme le milicien en combinaison assis dans le camion et descendant des retranchements au petit matin. Le militant au brassard vert, blanc, rouge du Parti nationaliste basque le parcourt avec autant d’attention que le combattant anarchiste au brassard noir et rouge et que les communistes et socialistes au ruban rouge accroché à l’épaule. »
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La guerra civil: capítulo III, apartado 3.3 de mi libro El Mundo fue Noticia. Fundación Banco Exterior (1986)
España fue noticia. Corresponsales extranjeros en la guerra civil española. Por José-Mario Armero. Sedmay Edic (1976)
Half of Spain died. Por Herbert Matthews. Charles Scribner’s (1973)
Corresponsal en España. Por Edward H. Knoblaugh. Fermín Uriarte Editor (1967)