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El Oyente de Fernando Argenta

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Clásicos

LO bueno escasea en todas partes y así sucede en la radio con la música clásica. Una excepción, con sabor añejo, es Clásicos populares de RNE, Radio 1, que se emite a las cuatro de la tarde desde hace años. La batuta se la reparten con maestría Fernando Argenta y Araceli Gónzalez Campa.

Una condición elemental para consolidar la audiencia de cualquier programa es que se mantenga varios años en antena. Es imposible ganar grandes audiencias de radio (o de televisión, que para el caso es lo mismo) con programas, por buenos que sean, que aparecen y desaparecen cada pocos meses. Ese es el tiempo que muchos oyentes necesitan para saber tan sólo que el programa existe. Convertirse en incondicional requiere más tiempo.

El éxito de Clásicos populares se debe, sin duda, a su longevidad, pero no es ésa la causa principal. Además de su veteranía, entretiene con música bien seleccionada, informa sobre las novedades en el mercado del disco de la música clásica, enseña y divulga las biografías de los mejores compositores, explica con sencillez qué es cada instrumento, desde la guitarra española hasta el fagot del checo Johan Baptiste, el pasado martes.

El peor defecto que tienen muchos programas musicales es que sus presentadores no dejan escuchar ninguna pieza completa. Argenta y Araceli jamás caen en él. Pueden discutir, improvisar tertulias amenas, llevarse la contraria, llamar santos y golfos a los mismos autores, introducirte en la casa de cualquiera de sus héroes, acompañarte de repente al pueblo natal de Joaquín Rodrigo y a las condiciones familiares o económicas de un Beethoven.

Pero cuando suena El ocaso de los dioses de Wagner, se calla la palabra y el oyente se queda sólo con la música, enganchado en la soledad del coche o del estudio, de la cocina o del despacho a las vibraciones más hermosas de otros mundos. Algunos de sus comentarios son simples descripciones de fotografías sacadas de discos. Otros proceden de buenos diccionarios. Los más, quiero creer, son sabiduría adquirida por años de estudio.

Sus oyentes son todos los que aman la música clásica: románticos impenitentes, chiflados por la ópera, amigos de misas y ofertorios, entusiastas por la sinfonía, personas que sólo quieren relajarse a la hora del café sin estridencias ni verborrea. Para que no falte de nada, el programa se cierra con un concurso. Por acertar el nombre del autor de La música misteriosa, esta semana tocaba un viaje para dos personas a la Quincena Musical Donostiarra para asistir a tres conciertos a elegir por el afortunado.

El teléfono que recibía las llamadas el pasado martes no daba abasto. Nadie acertó, pero ganar era lo menos importante. Es una pena que tengamos 600 emisoras en FM de «radio fórmula» y sólo una, la estatal Radio 2 de RNE, de música clásica. Clásicos Populares, en onda media, es todo un desafío a los cánones borreguiles que imperan en la radio española, una especie de lanza quijotesca empeñada en dar lanzadas contra los supuestos molinos de la ignorancia humana.

Dos despedidas

Casi todas las estrellas empezaron como gorriones colaboradores, esquivando perdigones entre los micrófonos y sustituyendo cada verano a grandes maestros.

No sé el destino final de Jaume Sagalés o Alfonso Merlos, pero meterse en la voz de Luis del Olmo y de Federico Jiménez Losantos con la calidad que lo vienen haciendo durante años no se paga con dinero.

Antes de entrar en la nueva programación, que comentaré a medida que vaya contrastando sueños y realidades, dos despedidas me han emocionado especialmente durante las vacaciones: la profesional, espero que temporal, de Fernando Argenta y su extraordinario Clásicos Populares de Radio 1, y la definitiva de Vicente Marco, el cofundador y director entre 1954 y 1982 de Carrusel Deportivo (Ser), otra joya del periodismo radiofónico español.

Rodeado de miuras como Beatriz Pecker, Araceli González Campa y José Manuel Rodríguez Rodri, Argenta a duras penas controló las lágrimas en su despedida del 30 y 31 de julio.

Su fragmento de despedida de Antonio Caldara, el violonchelista de San Marcos del siglo XVII, me reconcilió con la mejor música y la voz mágica de Rosa Álvarez, su productora durante años, desde un rincón del sur de La Coruña adonde no llega todavía la señal de RNE -imagínense las demás- me recordó la radio de mi adolescencia entre cuatro muros de un seminario de Villafranca del Bierzo.

A sus 71 años, con tres hijos y siete nietos, catalanista, independentista y agnóstica, Pietat Estany, que desde 1947 -primero en Radio Barcelona y después en RNE- psicoanalizó a media España desde su diván de Elena Francis, contaba a Víctor Amela en La Vanguardia el 30 de agosto el contenido de las cartas (la mayor parte) a las que nunca pudo contestar desde la radio.

«Dibujaban el estado miserable de un país ignaro y cutre, su oscuridad, su sordidez, casos extremos, situaciones dramáticas…», dice. «Mucho sentimiento de culpa, dudas sobre sexo, chicas reprimidas en internados de monjas, remordimientos sobre masturbación, infidelidades, maltratos, palizas, embarazos indeseados de jovencitas, violaciones, siempre impotencia, incomprensión, muchas incomunicación y soledad». Otra radiografía de la transición que, mal que nos pese, no hemos dejado tan atrás.

Viva la diferencia

Esta semana he celebrado el trigésimo aniversario de mi primera crónica en la radio. El corresponsal de RNE estaba en el hospital, su sustituto tenía que salir de viaje y me pidió que fuera al Palacio de Cristal (42 con segunda) de Manhattan, donde Jesús Hermida y Cirilo Rodríguez tenían la primera oficina de RTVE, para hacer la rueda de corresponsales. Así empezó todo: con una llamada de Delfín García.

Desde entonces no he dejado de preguntarme cómo se gana audiencia en este medio tan apasionante como difícil. «Con más emisoras y más postes de emisión», me dice uno de los más veteranos. «Con mejores programas y más medios», responde un recién llegado.

No me convence del todo. En España no ha dejado de aumentar el número de emisoras y de postes, hay más programas y más medios que nunca, y, sin embargo, la audiencia global sigue estancada, según las cuentas de la abuela -mejores, seguramente, que las del Estudio General de Medios-, entre los 21 y 22 millones.

La personalidad, sin duda, cuenta mucho. El medio audiovisual necesita estrellas. Los nombres venden. Por eso se pagan tanto. Sin Carlos Herrera, Onda Cero hoy sería otra cosa. Punto Radio, sin Luis del Olmo, igual. La Ser, sin Iñaki Gabilondo, perdió parte de sus señas de identidad. Como Radio 1 sin Julio César Iglesias.

Fabricar estrellas es muy difícil. No basta con la calidad. Se necesita paciencia, inteligencia, mucha voluntad y suerte. Estoy convencido de que una de las causas del poco éxito de Euronews en la guerra de la televisión global es la ausencia de presentadores. La principal, naturalmente, es el multilingüismo.

La hora de cada programa y lo que la competencia emite a la misma hora son dos factores decisivos que, por motivos que siempre se me han escapado, no acaban de calar en los responsables de esta cosa que, en los presidios, con excelente ojo clínico que diría Pedro Orive, rebautizaron ‘loro’.

Por eso me parece un acierto que Radio 1, con eres o sin eres, mantenga Clásicos Populares a las 15.00 horas bajo la batuta de los Fernando y Araceli de siempre y que, a la misma hora, la COPE elija su programa religioso, mientras las demás (Ser, Punto Radio y Onda Cero) se pegan por los mismos locos del deporte.

Por la misma razón, la búsqueda de la diferencia, rompería la costumbre ancestral de optar por la información local, todas sin excepción, a las 13.00 horas. A las 19.00 horas, la Ser y Radio 1 (con su ya clásico también Ojo Crítico) compiten por los oyentes amantes de la cultura, mientras Punto Radio, la COPE y Onda Cero luchan por los ávidos de información local.

¿Por qué el deporte tiene entre dos y tres espacios exclusivos a diario y la información internacional ninguno? «La información internacional no vende periódicos», decía Rupert Murdoch. Tal vez sea por eso. Me parece, en cualquier caso, un error. ¡Pobres internacionalistas! Sólo se acuerdan de ellos cuando truena.

Clásicos populares

«Se nos ha encargado desempolvar cada noche durante 20 minutos esas obras que, por populares, se las señala con el dedo y ya no se reproducen en los grandes conciertos…» Así empezaba el pasado miércoles, 12 de abril, Clásicos Populares, el programa de divulgación de música clásica de Radio 1.

La voz no era la de Araceli González Campa sino la de Amparo García Novo, la primera presentadora, en la grabación del primer programa, emitido el 12 de abril de 1976 por iniciativa del que sigue siendo su director, Fernando Argenta, que escribió el primer guión creyendo que el programa iba a durar dos días.

«Enrique Franco fue quien dio el visto bueno al primer programa y el que aguantó el tirón cuando empezaron las críticas y las presiones por la manera de presentar a mis queridos clásicos populares», comentó Argenta antes de descorchar, ya en directo, la primera botella de cava.

No se había visto tanta gente en el estudio ni se habían recibido tantas llamadas en muchos años. Beethoven, Strauss y Mozart, por un día y sin que sirva de precedente, compartieron espacio con sonidos todavía más clásicos, como el descorche de botellas, el soplo de velas y fuertes aplausos.

-«Ya está el ritual», dijo el director, Argenta.

-«¿Y el brindis?», preguntó Araceli González Campa.

-«Sí, brindemos por el chaval, que ha cumplido 30 años», respondió Argenta. «Y vamos a la primera llamada de los oyentes».

-«Soy Carmen Caffarel. Os deseo muchas felicidades y otros 30 años de ese programa maravilloso», dijo la directora general de RTVE.

-«Te tomamos la palabra», contestó Argenta, emocionado por tanta adulación.

La fiesta acababa de empezar y, antes de que los oyentes les abrumaran con mensajes de felicitación y agradecimiento, Argenta recordó los nombres de quienes han hecho el milagro de mantener en antena durante tres decenios seguidos un programa de radio no informativo sino de divulgación de música clásica.

Por los micrófonos, en esos años, pasaron, tras García Novo, Abilio Fernández, Aurora de Andrés, Carlos Tena, José Manuel Rodríguez Rodri, Beatriz Pécker, Natalia García y Antonio Lapeña.Muchos de ellos han hecho historia después, por mérito propio, en la radio y en la televisión musicales.

En la producción y realización, Argenta recordó a Herminio Verdú, Paco Montes, Rosa Alvarez, Eugenio Verdú y Pepa Chacón. En la técnica, a Manolo Molina, Fernando Garrido, Paco Ortega, Pedro Pablo González, Emilio Arroyo, María José Fernández, Alejandro Alcázar y Elena… Todo su esfuerzo hubiera sido imposible sin el apoyo mantenido de todos los directores de RNE, desde Manuel Riancho hasta el actual, Javier Arenas, y de decenas de miles de oyentes incondicionales, que han ido pasando la antorcha a hijos y amigos.

¿La clave del éxito? «Tratar a los genios de la música como amigos, de tú a tú, no como dioses sino como a personas de carne y hueso», responde Argenta.

Don Joaquín

«Sentirse joven, ser optimista, pasarlo lo mejor posible, estar al día, tratar de tener buen humor, rodearse de personas gratas…» Así definía la felicidad don Joaquín Rodrigo en sus últimas declaraciones a Radio Nacional.Fernando Argenta y Araceli Campa las rescataron del archivo en Clásicos populares a las pocas horas de la muerte del maestro.

Entre concierto y sonata, canciones y fantasías, piano y guitarra, nos recordaron la vida del hijo de Sagunto afincado en Madrid y vinculado para siempre a los jardines de Aranjuez. La primera grabación de su concierto más conocido, con Regino Sainz de la Maza, dirigida por don Ataulfo, el padre de Fernando, en 1947, no sonaba bien, pero mereció la pena escucharla. La primera grabación en estéreo de la obra, con Narciso Yepes a la guitarra, fue un bombazo en el París de mayo del 50.«Su música es la maravilla del alma española», decía Monserrat Caballé el miércoles en la Ser. «Nos deja una herencia eterna porque su música nunca morirá».

El compositor Tomás Marco veía en la obra de don Joaquín «el mejor resumen del siglo en la música española».«Con dos años, en Sagunto, me sorprendieron dirigiendo con un palo a los libros de la biblioteca de mi casa», confesaba el ciego que tanto vio en otra entrevista rescatada por Iñaki Gabilondo.Luis del Olmo abrió tambén sus archivos de Protagonistas y recuperó dos testimonios del gran músico.

«Picasso necesitaba a una mujer desnuda en la habitación de al lado para inspirarse», recordaba Luis. «Yo tengo una mujer vestida a la que debo todo», contestaba don Joaquín.«Victoria fue sus ojos», afirmaba Eduardo Moyano, autor de una biografía del maestro, Concierto de una vida.

Agustín León Ara, yerno de don Joaquín, recordó una sola vez, en Bruselas, en que don Joaquín habló de dinero: «Chiquito, estoy pisando los talones a don Manuel [de Falla]».Como explicó don Carmelo Bernaola, otro gran compositor, a Manuel Marlasca en Radio Voz, «hasta en la Luna han escuchado ya Concierto de Aranjuez». Lo llevaron los astronautas del Apolo XI hace ahora 30 años.

Universal

LA radio busca desde su nacimiento el lenguaje universal. Tal vez sea una aspiración imposible, pero el 28 de noviembre volvió a quedar patente que, de llegar un día a cumplirse el sueño, será desde la música, sobre todo la música clásica. Ese día docenas de emisoras europeas emitieron hasta catorce conciertos desde otros tantos países en un espléndido homenaje a Claudio Monteverdi en el 350 aniversario de su muerte.

Este «Día Especial de Euro-Radio», organizado por la Unión Europea de Radiodifusión, comenzó a las nueve de la mañana y no se detuvo hasta las doce de la noche. Quince horas de conciertos casi ininterrumpidos desde Madrid, Venecia, Praga, Mantua (Italia), Sofía, París, Estocolmo, Amberes (Bélgica), Copenhague, Varsovia, Amsterdam, Londres y Helsinki.

España estuvo magníficamente representada por Radio 2, que nos regaló, en su turno, desde el Real Monasterio de la Encarnación el Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria, interpretada por el grupo inglés Pro Cantione Antigua, dirigido por Bruno Turner, y el grupo español Alfonso X el Sabio, dirigido por Luis Lozano. Fue una inmersión fantástica en Monteverdi y la música europea de su tiempo.

Se demostró de nuevo, si todavía quedaba algún incrédulo, que la música ha sido y sigue siendo el lenguaje más universal y que -por muchas televisiones globales, CNNs, Euronews y demás zarandajas en que se quieran gastar los cuartos nuestros europeístas de la cosa- la radio ha sido y sigue siendo el mejor medio para hermanar a ciudades y países en una audiencia única.

Sólo Fernando Argenta y Araceli Campo, desde sus Clásicos Populares, sus giras agotadoras y, últimamente, su conciertoteatro de Mozart en Madrid mantienen y prolongan desde hace muchos años este riquísimo bagage cultural en la onda media. El concurso de los dos segundos -uno o dos compases- cuyos autores y piezas los oyentes, por teléfono, tratan de acertar cada día es tan apasionante para el entendido como asombroso y mágico para el lego.

Igual de apasionante debe ser para Luis del Olmo el programa musical que en los últimos meses presenta cada noche de nueve a diez en Onda Cero. Nada que ver con su casino matinal. Rompe con la forma de presentar hoy la música en casi todas las emisoras. Me recuerda un poco a Angel Alvarez y su Vuelo 605.

Es un retorno a otros tiempos de la radio: el tono justo, una selección muy cuidadosa de discos y autores, el lenguaje exacto -sacado siempre de las letras de las canciones-, las pausas necesarias, barato y fácil de hacer, pues puede grabarse a cualquier hora. Sólo una cosa llama un poco la atención: ¿no hay más voces capaces de hacerlo así? ¿Por qué no tendrá más imitadores este estilo?

 

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