Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

Javier, Ricardo y Marc

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http://youtu.be/bU2J8O5d4As

Mensaje de Mónica García Prieto sobre el secuestro de su compañero, Javier Espinosa, y de los otros periodistas retenidos en Siria el 10 de diciembre de 2013. Gervasio Sánchez lo presentó en la rueda de prensa celebrada en la sede de la FAPE en Madrid ese día para informar en público por primera vez de la retención de los tres periodistas: Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova desde el 16 de septiembre, Marc Marginedas desde el 4 de septiembre.

http://youtu.be/9SLT7CcWE0Y

Javier and Ricardo in Deir ez Zour antes de su secuestro

«Ser periodista en Siria se ha convertido en un oficio de altísimo riesgo» (J.del Pino)

Me he levantado temprano a escribirte. En Madrid hace una mañana fría, lluviosa y negruzca, después de una Nochebuena de perros. Ayer pasé parte del día en la redacción porque, por segundo año consecutivo, EL MUNDO se ha publicado hoy; pero también porque era una manera de estar ahí, medio de guardia, en el caso de que se supiera algo de ti.

Esta mañana los quioscos están cerrados, pero Orbyt no. Terminará 2013 y habremos salido los 365 días del año. Hay quien dice que los periodistas perdemos calidad de vida pero no se me ocurre nada que llene de mejor sentido nuestra existencia que informar también por Navidad. Perdona la ironía, pero tú tampoco estabas anoche de libranza.

Desde primeros de noviembre, cuando ya llevabas mes y medio secuestrado, estamos poniendo todos los contenidos en la web y captando suscripciones digitales. A eso le hemos llamado nuestro «cambio de piel». En realidad mi única esperanza de que puedas leer pronto esta carta estriba en que tus captores tengan un ordenador o una tableta y te permitan verla. Probablemente soy un iluso pero hoy es el día para serlo.

Cualquier extraño que asomara ayer la cabeza vería la redacción semivacía. Vana impresión porque tu ausencia lo llenaba todo. Estabas en el despacho de Iñaki Gil, comentabas con Cuartango la situación en la zona, echabas una mano en el cierre de Internacional y, como siempre que vienes a Madrid, entrabas y salías de la pecera de las secretarias, hablando de tus viajes, de tus hijos y de Mónica, por la mañana con Pilar, por la tarde con Raquel. Al tenerte delante, tan trasparente y claro como siempre, no hablábamos de ti pero todos pensábamos en ti: mira que si, al cumplirse los 100 días precisamente en Navidad, tenemos esta noche una alegría…

Era la excepcionalidad de la Nochebuena, la fe que todos los años renuevan las familias en un mundo mejor, el momento en que, como ocurrió hace un siglo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, hasta los más encarnizados enemigos confraternizan. ¿Cómo te trataron a ti anoche tus carceleros? Soy incapaz de imaginar cómo es esa prisión en la provincia siria de Raqqa en la que tan injustamente te retienen; pero, como en el poema que Eliot dedica a todo prisionero, «pienso en la llave», en la textura de la llave, en el sonido de la llave al girar en la cerradura. Aunque todas las cárceles son distintas, la llave de la opresión es siempre la misma.

Hacer el periódico de hoy era como tirar a pichón parado, con perdón de Su Majestad. Teníamos el mensaje del Rey desde una hora razonable y pudimos debatir el enfoque sin el agobio del cierre. Nos pareció uno de los más importantes de su reinado, y así lo hemos dicho, porque parte del reconocimiento de lo mal que va España y lo tocada que está la propia Corona. Que el Jefe del Estado admita que «la sociedad reclama un profundo cambio de actitud» y que, mirando a cámara, se comprometa «como Rey de España» a actuar con «ejemplaridad y transparencia» no es algo que pase todos los años.

Este mensaje debería marcar un antes y un después pero también pensamos eso hace dos años cuando «lo de la Justicia es igual para todos» y luego fíjate la que han venido montando, total porque un juez insiste en tomar declaración a la Infanta. Hace falta ser memos para atrincherarse frente a una simple imputación. Por eso hemos dicho en el editorial de hoy que sí, que las «palabras» fueron muy «acertadas», que el «regeneracionismo» es el santo y seña de EL MUNDO, pero que esperamos «hechos» que acrediten el propósito de enmienda.

Sobre esto del Rey hay, como sabes, mucha hipocresía. Tengo la impresión de que somos el único periódico que dice lo que piensa y piensa lo que dice en relación a la Corona. Para nosotros es una institución del Estado más. Por eso desvelamos el caso Urdangarin, pusimos a Juan Carlos a caldo por lo de Botsuana y entrevistamos a Corinna. Pero también por eso hemos estado en contra de las maniobras para forzar la abdicación de un Rey que en conjunto ha sido muy positivo para España y que al final tampoco tiene ningún poder ejecutivo.

Lo que hay que cambiar no es el jarrón sino todo el decorado, compuesto por un gobierno decepcionante, mucho peor de lo que esperábamos, una oposición fosilizada y unos nacionalistas que embaucan a la gente con pamemas muy similares a las que tantas veces has escuchado por los andurriales del fanatismo que tanto has visitado. Todo está envuelto y rodeado además por los espesos cortinajes de la corrupción. 2013 ha sido para muchos –desde luego para mí– el año del final de la inocencia en relación al PP, el partido al que siempre habíamos apoyado. A otros se les ha caído de igual manera la venda de los ojos respecto a la UGT, pancista y marrullera hasta decir basta, y estoy orgulloso de que EL MUNDO haya reaccionado igual en ambos casos. O en los de los ERE, la Munar, el Palau, Amy Martin… en materia de corrupción tanto monta, monta tanto.

Pero somos una rara avis. Ha habido colegas que dieron honores de portada al registro de la sede sevillana de UGT pero no al que se estaba produciendo en la calle Génova el mismo día. Y los mismos que ensalzan al juez Ruz porque aprieta las tuercas al partido de la derecha denigran a la juez Alaya porque trae por la calle de la amargura a la izquierda política y sindical. El cinismo va ganando terreno en los periódicos a medida que la crisis nos acogota a todos y hay quienes buscan la tabla de salvación complaciendo servicialmente a los poderosos. Nosotros no servimos para eso y de ahí el boicot a los últimos Premios Internacionales de Periodismo que sabes lo mucho que significan para EL MUNDO.

Tal vez te sorprenda que te comente todo esto. Para que un periódico sea esa «nación hablándose a sí misma» que vislumbraba Arthur Miller, primero tiene que ser una redacción convenciéndose a sí misma del sentido de lo que hace. Sabes que en EL MUNDO no hay tabúes, que se debate todo mucho más que en ningún otro medio, pero aun así casi todo lo esencial se basa en sobrentendidos. Hay una escala de valores compartida, una carga genética tan poderosa, que ni siquiera hace falta hablar de ella. Es la vida la que nos pone constantemente a prueba y siempre reaccionamos de la misma manera. ¿Cómo? Pues contándolo.

Tú mismo te das cuenta cuando vienes: hablamos más de pie en los pasillos que sentados en los despachos. Tus visitas a la redacción tienen el ritual de las mareas: siempre llegas para marcharte. No a tu base de operaciones de Beirut, desde la que podrías escribir mejores crónicas de la retaguardia que el William Boot de Evelyn Waugh, sino a Egipto, a Irak, a Siria… al lugar que esté incendiándose en la zona. Me acuerdo de cómo contabas lo de aquel intérprete en Croacia que «se mesaba los cabellos» al explicar la actitud, «para él delirante», de un colega que le hacía correr «hacia donde caen las bombas». Eso es lo que nos pasa a muchos periodistas de EL MUNDO, sólo que casi todos lo hacemos metafóricamente, metiéndonos en los charcos más inconvenientes, y tú y algunos otros lo tomáis al pie de la letra.

Por eso nos sentimos tan unidos a ti –como a Ricardo García Vilanova y a Marc Marginedas– por el cordón umbilical de lo que somos o al menos de lo que queremos ser. Tú sales una y otra vez al exterior de la galaxia a realizar las tareas más difíciles, corriendo siempre los mayores riesgos, pero nosotros somos tus compañeros de viaje en medio del cosmos. Tripular esta nave espacial implica una manera de entender el periodismo, enfocada hacia la denuncia de los abusos y disparates que por doquier producen injusticias y dolor.

A tu regreso de Sierra Leona, cuando aquellos desquiciados «cortadores de cabezas» –el teniente coronel Sopa de Pollo, el comandante Cuello de Cuero, ¿te acuerdas?– te tuvieron tres días como rehén, ya advertiste que tu tarea consistía en «provocar la indigestión en las conciencias bien alimentadas de occidente». Por eso describías con la contención del buen topógrafo, con la piadosa distancia del curtido entomólogo, aquel reguero de cadáveres de adolescentes, mujeres y niños mutilados en las cunetas. Por eso preguntabas: «¿Por cuánto se puede multiplicar el horror?». Por eso respondías: «Hasta el infinito».

Quise decir algo parecido cuando hace veinticuatro años escribí la declaración de intenciones de EL MUNDO: «Un periódico debe confortar a los afligidos pero tampoco vacilaremos cuando nuestra demanda de reformas suponga afligir a quienes de manera más confortable y, a menudo insolidaria, viven». Soy consciente, seguro que tú también habrás tenido muchas veces esa sensación, de que tratamos de llevar el mar a un agujero en la arena, pero nuestro compromiso también se extenderá hasta el infinito. Mientras existan las tinieblas estaremos dispuestos a hacer cuanto esté en nuestra mano para que tú y otros como tú podáis viajar hasta su mismo corazón para poner a la humanidad frente al espejo. No te puedo prometer que conseguiremos esto o lo otro pero sí que seguiremos siendo igual de indomesticables.

Es verdad que además de un proyecto intelectual todo periódico necesita una empresa con sus accionistas, su cuota de mercado y su cuenta de resultados. Eso es lo que está hoy en día en crisis, en nuestro caso y en el de casi todos los grandes rotativos del planeta. Fíjate la palabra que acabo de escribir: rotativo. ¡Cómo si las prestaciones industriales de una máquina subsumieran nuestro ser! Eso es lo obsoleto. Seguirá habiendo prensa impresa de calidad pero la nueva edad de oro del periodismo –y del reporterismo en zonas de riesgo– será digital. Te alegrará saber que Orbyt ya tiene más de 100.000 suscriptores y que hemos introducido un paywall flexible sin perder el liderazgo en la web. A los mendrugos que repiten que la información en internet tiene que ser gratis debemos preguntarles juntos a ver quién va a pagar tus próximos viajes si no lo hacen los lectores.

Ahora no te puedo explicar por qué, pero hoy tengo grandes esperanzas de abrazarte pronto. Y no es sólo el espíritu de la Navidad lo que me mueve. Anoche lo último que hice antes de dejar la redacción fue hablar con Mónica. Puedes estar tan orgulloso de ella como lo estamos nosotros. Su entereza es hemisférica, su desgarro tan profundo como insular y recóndito. Le dije la verdad: que llevábamos toda la tarde pensando en ti. Y por si acaso ese resorte funciona y acelera tu regreso, todas las tardes serán desde ahora un poco como la de Nochebuena. No tendremos otro deseo de Año Nuevo, hasta que se cumpla el de que vuelvas a casa.

El lunes hablé con tu padre. Le comenté que estoy seguro de que las personas más capacitadas para ello están haciendo cuanto está en su mano para conseguir tu libertad. El me contestó que también confiaba «en el de ahí arriba». Mis padres habrían dicho lo mismo en una situación así. Qué suerte tienes de que los tuyos vivan. No sé si tus convicciones religiosas son más firmes o todavía más movedizas que las mías, pero en estos casos yo siempre me inclino por la joint venture. Los de «aquí abajo» vamos a seguir afanándonos en sacarte de donde estás, pero todo lo que se pueda hacer desde «ahí arriba» será más que bienvenido.

Feliz Navidad, Javier. Te envío el abrazo de toda la redacción y te prometo que mientras la llave no gire a tus espaldas nos esforzaremos doblemente en estar a la altura de tu ejemplo.

pedroj.ramirez@elmundo.es
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