Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

La crisis de la democracia

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La democracia pierde terreno ante el ascenso de populistas y tecnócratas: riesgos y vías de solución

  • El ascenso de los nuevos caudillos, que provoca el repliegue de los espacios que aún se les resisten, desmiente la idea de que la democracia liberal es irreversible​​​​​​
  • infoLibre analiza con aportaciones de diez intelectuales la eclosión mundial de la amenaza a los regímenes basados en el Estados de derecho y la voluntad popular
  • Autores como Yascha Mounk, Steven Levitsky y Daniel Innenarity coinciden en que las fórmulas contra el deterioro exigen esfuerzo colectivo y resistencia ante la mentira

Publicada el 07/10/2018 a las 06:00Actualizada el 07/10/2018 a las 13:48

Yascha Mounk es uno de esos pesimistas en el diagnóstico que, sin embargo, logran empapar de entusiasmo sus escritos proponiendo vías de solución. Politólogo en Harvard y director del Instituto Tony Blair para el Cambio Global, ya avisó en 2014, en su ensayo Stranger in my own country, de las señales de deterioro de la democracia liberal, en riesgo en países donde se creía irreversible desde el fin de la historia decretado por Francis Fukuyama en 1992. En El pueblo contra la democracia (Paidós, 2018), Mounk desarrolla y completa su tesis: existe no sólo un peligro, sino un proceso de «desconsolidación» de las más variadas democracias, víctimas de «acérrimos iliberales» que hacen su agosto electoral en buena parte de Occidente. Sobran ejemplos, ya en el Gobierno o en ascenso: Trump en Estados Unidos, Salvini en Italia, Orbán en Hungría, Le Pen en Francia, Farage en el Reino Unido del Brexit… «Incluso en democracias tan supuestamente estables y tolerantes como son las de Suecia, Alemania y los Países Bajos, los extremistas están cosechando éxitos sin precedentes», anota Mounk. El mito de que los sistemas en que la voluntad popular (democracia) y la garantía de derechos (liberalismo) formaban «una amalgama estable y resiliente» se cae. Las democracias pueden sucumbir, nos dice Mounk. Y no hay un Rubicón, una línea roja traspasada a partir de la cual entramos en otra cosa. Es un largo proceso.

Lo que sí se aprecian son pistas. Las encuestas indican que los millennialsestadounidenses no ven tan importante vivir en una democracia como sus padres o abuelos, subraya Mounk. El creciente desprestigio democrático es un fenómeno que se extiende a Europa, donde las autoridades no aciertan con el remedio. Los índices de confianza y valoración de la política bajan a ojos vista. Mounk traza una explicación de largo alcance. El progreso de posguerra se agotó. La política incumplió su parte del trato tras la crisis de 2008. Casos como la capitulación griega ante Bruselas evidenciaron los rotundos límites a la voluntad popular. Internet –y ahora viene la robotización– hace moverse el suelo bajo los pies de millones de trabajadores. Los cambios de composición demográfica de países fundados sobre una base monoétnica conducen a una «rebelión contra el pluralismo». La desmemoria sobre el fascismo nos hace creer que la democracia es eterna. Los grandes medios perdieron el monopolio informativo y así desapareció la vieja ordenación cartesiana de un mundo que cabía en unos pocos titulares. Las redes sociales facilitan las cosas a los «instigadores de inestabilidad», que triunfan con un mensaje que combina el «yo soy el pueblo» con el señalamiento de culpables fantasmales fácilmente identificables (Washington, Bruselas, la inmigración…) y el desprecio por las reglas del juego.

El resultado es una «doble crisis» de la democracia liberal, que para sobrevivir necesita un compromiso real de una notable mayoría de su población, un rechazo a las alternativas a la misma y un consenso general sobre sus reglas. Requisitos exigentes. La doble acometida, señala Mounk, llega desde el «populismo» –término en permanente disputa– y la tecnocracia. Es decir, desde una democracia sin derechos, donde las garantías quedan arrolladas por un plebiscitarismo entronizador del pueblo, hasta unos derechos sin democracia, donde los tecnócratas gobernantes se encastillan tras los gruesos muros de unas instituciones que se reclaman intocables incluso si fracasan. Mounk advierte: «Un sistema que prescinde de los derechos individuales para elevar la voluntad popular a los altares puede terminar volviéndose contra el pueblo mismo. Y un sistema que prescinde de la voluntad popular en aras de la protección de los derechos individuales puede acabar recurriendo a una represión cada vez más descarada».

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