Ahí se encuentra sin lugar a dudas el origen de todo el malestar occidental, del enfado de los que se sienten abandonados, de este sentimiento de exclusión, de ese pesimismo de padres convencidos de que sus hijos vivirán peor que ellos, de ese aumento de los populismos que conmociona a los países avanzados, unos tras otro, de esos fracasos económicos evidentes. Mientras que el PIB mundial se ha multiplicado por más de 25 veces en el periodo (ha pasado de 2,9 millones de dólares a 74,1 millones de dólares según el Banco Mundial), la productividad se multiplicó por 30 y las personas que consiguen sus ingresos exclusivamente del trabajo cada vez tienen menos vinculación con el aumento de las riquezas producidas.
Esta tendencia a la baja empezó en los 70. Las empresas comenzaron a echar mano de los sueldos para aumentar los márgenes. Pero el movimiento no ha dejado de ir a más y de crecer con el paso de las décadas. La edad de la gran compresión, documentada por economistas como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz o Paul Krugman, empezó llevando a reducir una y otra vez el peso de la parte del trabajo en el valor añadido o en los PIB. Los salarios medios en moneda constante, en Estados Unidos y en menor medida en Europa, no han cambiado prácticamente desde 1980. En Reino Unido, el aumento de los ingresos de las rentas reales durante la última década ha sido la menor desde las Guerras Napoleónicas.
El impacto se resume en pocas cifras. Durante los años 60, el 90% de los hogares estadounidenses menos favorecidos recibían el 67% de los beneficios obtenidos en un ciclo económico. Durante los años de Reagan, sólo obtenían el 20%. En lo que va de siglo, esa parte cayó al 2%, mientras que el 10% de los más ricos reciben el resto. Para el economista estadounidense Thomas Palley, el círculo vicioso del crecimiento económico, “donde los beneficios de la productividad se revertían en los salarios, que alimentan el crecimiento de la demanda”, se rompió en los años 70.
El factor tecnológico
Las causas de esta ruptura son múltiples, insiste el FMI. Para el organismo, las tecnologías son el factor principal de este divorcio. “En los países avanzados, cerca de la mitad de la reducción de la parte del trabajo se debe al impacto de la tecnología. También se explica por la rápida proliferación de la información y de las telecomunicaciones y por la proporción elevada de las ocupaciones fáciles de automatizar”, asegura.