El autor ayuda a desentrañar el origen de la invasión rusa a Ucrania, ante el desconocimiento generalizado del contexto geopolítico de la zona, propiciado en parte por el retroceso de la información internacional en los medios de comunicación durante los últimos años.
¿Nos enfrentamos a una guerra interminable e imposible de ganar?”, se preguntaba la agencia Associated Press el pasado 11 de mayo. “Es lo que temen los dirigentes de la OTAN y para lo que empezaban a prepararse en el tercer mes de la invasión rusa de Ucrania, sin victorias decisivas todavía ni solución alguna a la vista”, respondía.
En su portada de ese día, pocas horas después de que la Cámara de Representantes aprobara otro paquete de 40.000 millones de dólares en ayuda militar y económica de los EE. UU. a Ucrania, el Washington Post destacaba los siguientes testimonios:
- “El presidente ruso, Vladimir Putin, parece preparado para un conflicto prolongado”, señala un alto funcionario de los servicios secretos estadounidenses.
- Avril Haines, directora nacional de Inteligencia, advierte en el Senado de “una probable escalada” y da por hecho que Putin no se conformará con el control del este de Ucrania y con establecer un puente terrestre entre Crimea y Rusia por la región de Dombás.
- El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declara en Viena: “Nada dura eternamente y esta guerra tampoco”, pero “no veo su final en el horizonte inmediato”.
Sobre sus consecuencias, tras las primeras diez semanas, reconocía que “ha desatado una crisis tridimensional -de alimentos, de energía y financiera- con efectos devastadores sobre las economías, los países y las personas más vulnerables”.
De confirmarse estos pronósticos, Ucrania seguirá siendo un campo de batalla y una fuente de inestabilidad continental y global durante meses o años. Depende de dos cuestiones: hasta dónde esté dispuesto Putin a llegar en su escalada, que ha amenazado en varias ocasiones con el uso de armas nucleares, y hasta dónde lo esté Occidente en su defensa de Ucrania y en sus sanciones a Rusia.
Con esa retórica, el dirigente ruso ha destruido un tabú que, accidentes al margen, solo se había puesto en grave peligro en la crisis de Cuba en 1962 y en la guerra árabe-israelí del 73, y ha hecho añicos 40 años de no proliferación nuclear, que había logrado limitar el duende escapado de la lámpara en Hiroshima a nueve países: los cinco permanentes del Consejo de Seguridad, Pakistán, la India, Israel y Corea del Norte.
Es una de las principales rupturas con el orden de la Guerra Fría y de los primeros tres decenios de la posguerra fría, y tanto la diplomacia como los Estados Mayores de los ejércitos tendrán que adaptarse a este nuevo mundo, acelerado por el cambio tecnológico y complicado por la revolución de internet.
La firmeza y la relativa unidad de Occidente en su respuesta a la agresión rusa durante los primeros tres meses no han sido fáciles, y de su mantenimiento dependerá la capacidad de resistencia del país agredido, pero, como advierte Henry Kissinger, “Occidente está obligado a prepararse para lo peor”.
En los discursos de los presidentes ruso y ucraniano del 9 de mayo, 77.º aniversario de la rendición nazi en 1945, ninguno mostró voluntad alguna de renunciar a sus posiciones de partida -independencia, integridad y soberanía de Ucrania para Kiev, restablecimiento del control perdido sobre Ucrania para Moscú- o de avanzar hacia un compromiso negociado, que difícilmente se logrará sin la neutralidad de Ucrania.
Cementerio de periodistas
En los primeros dos meses de la invasión, el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) había confirmado la muerte de siete informadores e investigaba las causas de la muerte de otros cinco.
En su exhaustivo seguimiento de los ataques a periodistas y medios -personas e instalaciones- en Ucrania desde el 24 de febrero hasta el 5 de mayo, Reporteros Sin Fronteras había registrado 38 casos, entre ellos el del enviado especial de RNE, Fran Sevilla, que resultó ileso cuando su vehículo fue alcanzado por fuego de la artillería rusa cerca de Zaporiyia, en la carretera de Mariúpol, el 27 de abril.
En su balance diario de la guerra, el 10 de mayo, Al Jazeera ofrecía algunas cifras: unas 25.000 bajas rusas, según Ucrania, 1.300, según Rusia; 3.381 muertos, según la ONU, “miles de veces más alto”, según el responsable de los observadores de derechos humanos de la propia ONU en territorio ucraniano; unos 3.000 civiles, según la propia cadena catarí.
Solo en Mariúpol, según su alcalde, había fallecido en dos meses el doble (unos 20.000) que en toda la Segunda Guerra Mundial a manos de los nazis. Imposible confirmar la cifra por fuentes independientes.
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y el International Crisis Group (ICG), con una metodología rigurosa, cifran en unos 14.000 los muertos en los ocho años de guerra (2014-2022) entre fuerzas ucranianas y separatistas prorrusos en las regiones de Donetsk y Luhansk.
Desde 2014, la guerra en Dombás fue ignorada casi por completo por los medios occidentales
La guerra en Dombás desde 2014, ignorada casi por completo por los Gobiernos y los medios occidentales, y el incumplimiento de los acuerdos de Minsk aprobados por Kiev y Moscú con la ayuda de París y Berlín entre septiembre de 2014 y febrero de 2015, es una de las razones esgrimidas por Putin para disfrazarse de víctima, acogerse a la legítima defensa del artículo 51 de la Carta de la ONU y presentar su agresión como “una operación militar especial” amparada en la defensa de la minoría rusa de Ucrania.
Por qué y para qué
Este motivo no es el único ni, en opinión de los principales observadores occidentales, el más importante. ¿Por qué decidió el presidente ruso invadir Ucrania por cuatro frentes con unos 150.000 soldados -la mitad aproximadamente de su ejército- a finales de febrero y qué esperaba conseguir?
Kissinger, que se ha reunido con Putin al menos una vez al año durante los últimos 15 -“conversaciones puramente académicas y de estrategia para conocer su pensamiento y compartir con él el mío”, según sus propias palabras-, siempre había visto en él “una persona de firmes creencias, con una fe casi mística, sobre la historia de Rusia tal como él la concebía”.
“Se mostraba ofendido no por lo que nosotros hubiéramos hecho al principio (tras la unificación alemana), sino por la enorme brecha que se abrió entre Rusia y Europa”, explica en la entrevista con Luce citada anteriormente. “Se sentía ofendido y amenazado porque Rusia veía una amenaza en la absorción de toda Europa oriental por la OTAN” en cinco ampliaciones: a tres más (Polonia, República Checa y Hungría) en 1999; a siete más, los tres bálticos incluidos, en 2004; a Croacia y Albania en 2009; a Montenegro en 2017, y a Macedonia en 2020.
En ese sentimiento, Putin no estaba solo. Ignorando conscientemente que han sido estos países los que han presionado para beneficiarse de la protección del art. 5 del Tratado del Atlántico Norte por miedo a que, como ha sucedido, despertase el oso herido (Vaclav Havel me lo decía en una entrevista que le hice en el Castillo de Praga hace un cuarto de siglo), la mayoría de los dirigentes rusos siempre vieron esa ampliación como una amenaza para la seguridad de Rusia.
Prueba de ello fue la cumbre de Madrid del 97, a la que asistieron nada menos que 44 dirigentes euroasiáticos, aparte de los presidentes de EE. UU. y Canadá, pero no el primer presidente ruso, Boris Yeltsin, quien pocos días antes había firmado en París, siempre más comprensible con la sensibilidad rusa, el Acta Fundacional Rusia-OTAN, que abría supuestamente el camino hacia una cooperación sin límites.
La gran paradoja de la actual invasión de Ucrania es que, pretendiendo debilitar a la OTAN y a la UE tras el fracaso occidental en Siria y Afganistán, Putin ha impulsado la solicitud de ingreso en la Alianza Atlántica de Suecia y Finlandia, hasta hace pocas semanas totalmente fuera de la agenda, y ha provocado un aumento sustancial de los gastos en defensa de Alemania y el cierre de filas de los principales países europeos (dejando a un lado a la Hungría de Orbán) en su apoyo a Ucrania y a los EE. UU. Todo lo contrario de lo que pretendía, si esta unidad logra mantenerse y Ucrania resiste. En cambio, si Rusia, con Putin o sin Putin, destruye la independencia de Ucrania, la historia se contará de otra manera.
En el último artículo publicado antes de su muerte, el pasado 23 de marzo, Madeleine Albright, secretaria de Estado de EE. UU. con Bill Clinton, describía su primer encuentro con Putin en el año 2000 con estas palabras: “Es un hombre bajo y pálido, casi reptiliano de lo frío que parece… Se siente humillado por lo que le sucedió a su país y está dispuesto a restablecer su grandeza”.
¿Pueden excusar esas creencias su guerra contra Ucrania? “No, y nunca habría imaginado un ataque tan brutal sobre un país reconocido internacionalmente”, advierte Kissinger.
“Creo que leyó mal o erró en sus cálculos sobre la situación internacional y es obvio que midió mal la capacidad de Rusia para una empresa de tal magnitud. Cuando llegue la hora, todos necesitarán tener en cuenta que ya no es posible volver a la relación anterior, sino que nos encontraremos en una posición diferente, y no porque nosotros la exijamos, sino porque ellos (los dirigentes rusos) la han provocado”.
“El origen de lo que estamos viviendo está en 1991”, afirmaba Jorge Dezcallar, diplomático español y exjefe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) el 7 de mayo en Radio 5.
“Occidente vio la derrota de la URSS en lo que solo fue la derrota del comunismo. Maidán (2014) fue la puntilla. Rusia vio la larga mano de Occidente detrás y actuó: desestabilizó Dombás y se anexionó Crimea. Las revoluciones (da igual el color) siempre han puesto nervioso al Kremlin y esa preocupación llegó al paroxismo con las revoluciones en Bielorrusia y Kazajistán del último año. Intervino con éxito en los dos países y, finalmente, lo hizo de nuevo en Ucrania”, aclaraba Dezcallar.
El diplomático no cree que los servicios secretos rusos desconocieran lo que pasaba en Ucrania. “Otra cosa es que su información no llegara a sus jefes o, de llegar, no se haya tenido en cuenta”, añadía.
Uno de los internacionalistas rusos más respetados tanto en Occidente como en su país desde los años de la perestroika es Serguéi Karaganov. “Durante 25 años, hemos venido advirtiendo que, si la OTAN y las alianzas occidentales se expandían más allá de determinadas líneas rojas, sobre todo en Ucrania, habría una guerra”, confesaba al profesor Bruno Maçães el 2 de abril en The New Statesman.
“Lo dije en 1997, y en 2008, el presidente Putin declaró que, si Ucrania podía entrar en la OTAN, no habría Ucrania. No lo escucharon. El primer objetivo (de la guerra), por lo tanto, es poner fin a la expansión de la OTAN. Al que se han añadido otros dos: la desmilitarización de Ucrania y la desnazificación, porque hay gente en el Gobierno ruso preocupada por el auge del ultranacionalismo en Ucrania, hasta el punto de ver en este país algo parecido a lo sucedido en Alemania en los años 30. Por último, (Rusia) pretende liberar las repúblicas de Dombás de ocho años de bombardeos continuos”.
El mensaje oficial de Putin
En su manipulación grosera de la realidad para justificar la invasión, que tan buenos resultados le dio en Georgia en 2008 y en Crimea en 2014, el Kremlin ha chocado esta vez con una campaña de contrapropaganda muy eficaz en Ucrania y en Occidente, pero las palabras de Karaganov son casi una copia literal del mensaje de Putin del 21 de febrero para anunciar la invasión, término prohibido por el Gobierno ruso, igual que el de guerra.
El Kremlin ha chocado esta vez con una campaña de contrapropaganda muy eficaz en Ucrania y en Occidente
“Ucrania no es solo un vecino”, declaraba Putin. “Es parte inalienable de nuestra historia, cultura y espacio espiritual, y su derecho a ser un Estado soberano e independiente es más que cuestionable”.
“Su independencia y la del resto de las repúblicas soviéticas son consecuencias trágicas de errores muy graves cometidos por los fundadores de la URSS (Lenin y Stalin), agravados por Krushchev y rematados por Gorbachov, que en 1989 permitió la secesión”, agregaba.
A pesar de ello, según Putin, la nueva Rusia aceptó y ayudó a las nuevas repúblicas independientes: “Ucrania recibió unos 250.000 millones de dólares en subsidios, ayudas y trato comercial preferencial entre 1991 y 2013”.
Buena parte de su mensaje fue una síntesis sesgada e interesada de la nueva estrategia militar de Ucrania, firmada por el presidente Volodímir Zelenski el 17 de septiembre de 2021.
“Es un texto casi por entero contra Rusia”, decía Putin. “Rechaza la situación en Crimea y Dombás, diseña un camino que desemboca en una confrontación con Rusia, aspira a la nuclearización y es una grave amenaza para Rusia”.
A continuación, denunciaba “el rearme de Ucrania por Occidente durante los últimos años, la multiplicación de maniobras de la OTAN en territorio ucraniano -para 2022, estaban previstos otros diez ejercicios-, la reconstrucción de instalaciones portuarias en Borispol, Ivano-Frankovsk, Chugúyev y Odesa, entre otras, para facilitar la llegada de fuerzas de la OTAN y operaciones conjuntas…, y el deseo, nunca ocultado por Ucrania, de integrarse en la Alianza”.
“¿Tiene derecho Ucrania, como país soberano, a hacerlo?”, se preguntaba el dirigente ruso. “Muy bien”, se respondía a sí mismo. “Pero la Carta de la OSCE de Estambul (1999) y su Declaración de Astania (2010) prohíben ‘buscar la seguridad de un miembro a costa de la seguridad de otros Estados’ y la entrada de Ucrania en la OTAN es una amenaza directa para la seguridad de Rusia” 17.
“En la negociación de la unificación de Alemania (1990), nos prometieron que la OTAN no se extendería ni un centímetro al este. Esos compromisos han resultado frases vacías”, señalaba Putin. “Después nos prometieron que, con las ampliaciones, mejoraría la relación con Rusia. Ha ocurrido todo lo contrario. En el año 2000, cuando Clinton me visitó en Moscú, le comenté la posibilidad de que Rusia entrase en la OTAN… Me respondió, por decirlo suavemente, sin gran entusiasmo”.
“(Occidente) no quiere una Rusia grande e independiente”, concluía. “Tanto la OTAN como EE. UU. consideran a Rusia su amenaza número 1; y, en sus planes, Ucrania es la cabeza de puente”.
Una Rusia cada día más democrática y menos hostil hacia todos sus vecinos no hubiera generado la respuesta que Putin utiliza hoy de excusa para destruir el sistema de seguridad euroatlántico de la posguerra fría y restablecer el imperio interior perdido con la ruptura de la URSS. Del resultado de la guerra depende que consiga sus objetivos.
Periodista y profesor titular de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid.