Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

Michnik e Ignatieff, dos lecciones Cerecedo

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Los discursos de muchos de los premiados anualmente con el Francisco Cerecedo y los Salvador de Madariaga son textos merecedores de lectura, relectura y estudio. Es por ello que hoy recupero del blog de la APE española dos de los más importantes -los pronunciados por Adam Michnik y Michael Ignatieff- y el enlace a muchos otros de gran calidad.

ADAM MICHNIK (25 de noviembre de 1999)

Mi personaje literario preferido era El Quijote. Hace años mi generación emprendió una lucha contra la dictadura comunista que se antojaba totalmente inútil. Nos solían decir; «Sois unos Quijotes, luchas contra molinos de viento y tenéis que perder». Confieso que nosotros coincidíamos con aquellas previsiones. Jamás tuve la osadía de soñar con el fin de la dictadura, con vivir en la libertad. Pero siempre consideré que luchar contra la dictadura es una obligación moral y humana. Pensaba asimismo que era mucho mejor vivir como Quijote que como lacayo sumiso.

Este premio es para mí un gran honor y una gran sorpresa. ¿Podía acaso soñar hace años que yo, un preso y disidente, contestatario y republicano, revolucionario y libertino, recibiría un premio español tan flamante de manos del futuro rey de España? Sin embargo, España siempre fascinó a la gente de mi generación. Desde los comienzos de la guerra civil que fue el prefacio de la gran tragedia de toda Europa. El escritor polaco Ksawery Pruszynski escribió entonces un excelente libro en el que dio constancia de ese dramático conflicto que son las razones repartidas entre dos bandos. Las declaraciones del patriota y demócrata español, el doctor Marañón, recogidas por Pruszynski, se grabaron para siempre en mi mente como estremecedora lección de la ambivalencia del mundo en el que nos ha tocado vivir, es decir, de un mundo de razones divididas, de trágicos conflictos, de odios que generan nuevos odios. Luego durante años estudiamos las lecciones de la transformación española.

De la oposición española aprendimos el sentido de las comisiones obreras, el modelo de la resistencia de los intelectuales y la evolución en el seno de la Iglesia católica. Observábamos también cómo el poder español había sabido crear una corriente reformadora, capaz de llevar a cabo una apertura democrática y una política modernizadora. Se grabó asimismo en mi mente la película «La guerra ha terminado» con el guión del escritor Jorge Semprún. En aquella siempre constatación había algo muy novedoso: España ponía fin a la guerra hispano-española. En vez de la lógica de la hostilidad aparecía la lógica del diálogo y de la reconciliación. Por eso la transformación española despertó tanto respeto y tantas esperanzas. Los españoles supieron rendir homenaje a todas las víctimas de la guerra civil y, al mismo tiempo, concertar un pacto de futuro.

Al escribir en Polonia, en nuestras publicaciones clandestinas, sobre la vía española, yo soñaba con contribuir a la libertad en Polonia, a la libertad de los polacos, al surgimiento de la Polonia democrática en una Europa democrática, a la aparición de una Polonia con raíces en sus propias tradiciones cristianas, pero a la vez tolerante y abierta ante los valores de otros pueblos. Yo anhelaba una Polonia que supiese reconciliarse consigo misma, en la que nadie fuese discriminado, en la que nadie buscase la revancha por las injusticias de ayer. Quería servir a esa causa como militante de la oposición democrática, del Comité de Defensa de los Obreros y del sindicato Solidaridad. Quería servir a esa causa también como comentarista y director de Gazeta Wyborcza… seguir leyendo

Michael Ignatieff (Nov 20, 2012)

Let me begin by thanking the European Foundation for the Cerecedo prize and let me express my appreciation to his Royal Highness for presenting it.

It is to your credit, Sir, that you support a prize for a trade that knows how to spoil your breakfast.

Journalists spoil everyone’s breakfast.

I should know. I’ve been both a journalist and a politician and I can tell you it is more fun to ask the questions than have to answer them.

I have been a journalist, off and on, since I was seventeen. I was a copy boy for the New York Times, when it had an edition in Paris, in 1963. I sold the paper in the streets by day and tore wire copy off the tele-printer for the editors making up the edition by night. I worked as summer staff for The Globe and Mail in my hometown covering auto accidents and stabbings in bars. Since then I’ve made myself into a professor but from time to time I have vaulted over the monastery wall and landed, with pleasure, back in Grub Street. I’ve been a columnist for The Observer in London, and a documentary filmmaker for the BBC. I covered wars in the Balkans, Africa and Afghanistan for The New Yorker and The New York Times.

You are honoring me for work I did then and I thank you for it, but I was doing what journalists do, bringing the news back from the zones of danger to the zones of safety.

I was never one of the best, so I should pay tribute to those who are, the ones who risk their lives for a story, the ones who take the side of victims, the ones prepared to die with them if they have to: brave souls like Marie Colvin and Anthony Shadid, who died in Syria. They are the ones who redeem our trade and provide the rest of us with our alibis.

When I was in politics, I had my troubles with the trade, as every politician does. It’s never pleasant to see the pack closing in on you and it was always a relief when you could throw them off the scent.

Now that I’m my own man again, I am free to love the trade as one loves a high-living relative who buys your drinks at the bar and who tells you stories that are life-enhancing if not always reliable.

Journalism should be a celebration of life in all its vibrant, chaotic, exuberant variety. It calls people to come out to the circus. It’s ruined by pretension and high-mindedness. Journalists are not there to pronounce absolution on a fallen world. They’re not there to call us to a better life. They are there to show us who we are and how we live.

They are not historians. The idea that journalism is the first draft of history gives them too much credit. A good journalist is modest: his only job is simple, to decide what counts as news.

My point about our trade would be: it cannot be journalism unless it is free. Societies without freedom do not have journalism: they have propaganda.

So journalism trades on human freedom, and freedom is there to be abused, trifled with, to be put to ignoble uses. It cannot be otherwise. Freedom is an unruly virtue. It ceases to be freedom if it allows itself to be policed to worthy ends.

But the trade does have some ends worth pursuing. A journalism that doesn’t defend its right to offend, that doesn’t tweak noses and laugh at the naked emperor is not worth fighting for. A journalism that doesn’t stand up for the powerless will soon become a tool of power. Equally, a journalism that wrecks lives will soon find itself without readers… MORE

 

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