Relaciones Internacionales – Comunicación Internacional

Llamas, recuerdos de la infancia

| 4 Comentarios

Llamas de Rueda (León): entre Almanza y Sahechores. El pueblo de mis abuelos maternos, tierra de lobos y de jabalíes, de caza y de centeno, donde pasé casi todos los veranos de mi infancia. Entonces tenía de 30 a 40 vecinos. Hoy no creo que lleguen a 10

Recuerdos de la infancia

(Navidad de 2013 desde Llamas)

————

Prioro… Correo…

Rum, Rum, rum…

Correo… Prioro…

Rum, rum, rum…

DOS MUNDOS

se cruzan dos veces cada día,

mañana y tarde,

en el fondo del valle.

Dos carros de sueños

se paran a la vera del puente,

lamiendo ya el camino cortado en dos mitades

sobre zarzales y balsas

de escoltas permanentes

que se han ido.

Llamas, apagada allá en el  fondo 

cual liebre agazapada,

palpitando lenta, preguntándose

quién vendrá hoy,

quién bajará del cielo,

junto al río Corcos,

apenas ya un hilillo de esperanza.

Y abuela Teodora,

la espía de negro permanente,

eternamente oculta en el pañuelo,

el saco de hierba a sus espaldas,

otea silenciosa

cada cuerpo que sube,

cada cuerpo que baja,

siempre atenta

tras la pared de adobe

 del corral de la casa que hizo Justo

con sus propias manos

antes de la guerra.

ENTRE LA TORRE Y LA DEHESA,

Iglesia de Llamas

La iglesia, donde rara vez hay misa porque nunca hubo cura rsidente

toros bravos

que nunca

embistieron

más que al aire.

Sendero abajo,

Herreros en el mapa

y

poco más allá lo

desconocido:

Villahibiera.

Llamas, apagada en recuerdos,

perdida entre dos siglos,

espejo de una España

pobre y buena, ni izquierdas ni derechas,

sólo atenta a la siega y a la parva,

 al domingo con bolos

 y  a la siesta.

Noches de paz

rotas por sinfines

de sones embrujados,

Bajo el agua oscura,

sólo vagos recuerdos

de especies acabadas

que encendieron de gozo nuestra infancia

en reteles rasgados,

con olor a rana y a culebra,

atadas como cebo a las entrañas

de un fondo de misterio,

capaz de parir sacos de pinzas.

Cuando el tiempo era quedo y los hombres humanos,

el abuelo salía hacia una espera,

Jesús y Felipe (24 de diciembre de 2013)

Jesús Maraña y Felipe Sahagún, el 25 de diciembre de 2013, entre la iglesia, el caño y la vieja casa de Macario, el centro inexistente de un pueblo deshabitado casi por completo, como tanto otros de Castilla y León

al alba o al ocaso,

que sólo él conocía.

Senda a senda, paso a paso,

entre el monte y el agua de la vida,

a la luz de un cigarro con estrías,

hecho a mano, cuarterón, librillo,

a veces máquina,

junto a la lumbre, el puchero y las tenazas.

Dame agua, decía,

para encender la lumbre y el cigarro.

Dame fuego, decía,

cuando tenía sed.

¡Cosas de abuelo!

Camperas de ayer,

donde yacen las huellas de la historia,

una historia cercana,

limpia y bella.

A los ojos de un niño,

paraíso en la tierra.

¡Silencio, empieza el parte de las diez

y el caudillo nos cuenta lo que pasa!

La paz y la victoria quedan lejos.

Los cangrejos marrones

se marcharon.

 Tal vez huyeron, enrojecidos, tristes,

por la fuerza de un mar que no tuvieron.

Quizás  de un mar americano,

sin sombras ni paleras

para fabricar arcos y flechas de caricias

con las que poder escapar cuando anochece

a vivir en libertad por unas horas,

lejos, muy lejos,

felicidad total tras la merienda,

con sólo un perro –Tony, Trotsky…-

por amigo y defensor

de tantos lobos sueltos.

Las uras se han cegado poco a poco,

por miedo al que vendrá

rumrumeando

en alfombras de humo

por las lomas que asoman a la iglesia.

Correo… Prioro…

Rum, rum, rum…

Prioro…  Correo…

Rum, rum, rum…

No, que ya pasaron.

Este es un coche negro.

¡Agachaos, que no nos vea

el hombre del saco!

Vista aérea de Llamas

¡Tiraos a la cuneta, que puede ser el gran sacamantecas!

Cuando pasa el peligro, volvemos al monte de la Cota,

a beber las aguas cristalinas

del caño compartido con las vacas.

Y mientras pacen los duendes,

contamos en sueños las esquilas

para que no se pierda

ningún nombre.

Bura, Mira, Blanca, Niña, Buena… Bonita,

todas llanas.

caño de Llamas

El caño, donde abrevaba la vecería vacuna tras toda una jornada, de sol a sol, paciendo por el monte

Rueda, sin fin, en

Llamas,

apagada,

solitaria y quieta

para poder esquivar

a los sapos torpones

del camino

que separa el caño de la

casa,

al son de mil coros de grillos

y de alguna que otra ave carroñera.

¡Silencio! ¡Oíd!

Pueden ser lobos o raposos.

Retratos

en la memoria fugaz de adolescente,

perdidos para siempre.

Aullidos que surgen de la nieve

de inviernos amansados

por la risa

de cuatro mozos locos,

-tío Felipe, Tino, Pepe, Orestes, el mejor-,

jugando al tute hasta las tantas,

entre gritos que llegan al pajar

de todos los secretos

de la infancia.

Manesteruelo y tú

jugasteis a vivir como en la selva,

sin horas ni reloj, libres de carga,

con ojos para ver

siglos de hierba,

travestidos de mies, cama y almohada,

máquinas de limpiar,

noches de guardia

bajo mantas al borde del centeno,

dormidos a la luz de las estrellas

por si algún ladrón merodeaba.

Las urces, ayer pan,

nadie las quiere.

veinticinco del doce,

dos mil trece,

callejón de Miguel y de Macrina

tras las eras desnudas,

 ya calladas,

sin sebes que separen las envidias

ni paredes de adobe que lo sepan.

¿Saber qué, abuelo Justo? ¡Qué, Teodora?

Mirar, saber mirar,

sencillamente,

a las diez y a las seis,

 todos los días,

para ver quién  viene

y quien se va

camino de Almanza o de Saechores.

Más allá, a la otra España,

en otros mundos,

estación final, fin de trayecto.

————————————————————————-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4 Comentarios

Deja una respuesta

Campos requeridos marcados con *.


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.