Hay españoles que parece que tengan un problema consigo mismos, con su propia naturaleza. No les sale con naturalidad la palabra España. Se les notan sus dudas, sus reservas, su pugna con una peculiar ‘corrección lingüística’, según la cual, no les parece conveniente pronunciar el nombre de donde han nacido. Hablan con fluidez y soltura de su ciudad, de su comunidad autónoma y de Europa. Pero ¡ay!, no de España. Y dan vueltas, se frenan y se obligan a pronunciar la palabra España, casi pidiendo perdón. Algunos dicen ‘Epaña’, sin la ‘s’, como si así consideraran arreglada la cuestión. Unos dicen, sistemáticamente, ‘estepaís’; otros, más afectivos, ‘nuestropaís’.
Es un problema parecido y está, en muchos casos, relacionado con las reservas a la exhibición de la bandera nacional –fuera del ámbito deportivo-. Se llama ‘complejo de ser españoles’.
El nombre más antiguo
Eloy Benito Ruano nos da las claves, ya anunciadas por Antonio García Bellido, del origen de la palabra España. Las primeras denominaciones proceden de aquellos pueblos de la Antigüedad –fenicios, griegos…- en los que, al compás de sus crecientes éxitos comerciales gracias a sus navegaciones mediterráneas, llegaban a lugares más y más lejanos de sus bases de partida en el oriente mediterráneo. Gracias a esas navegaciones, iban conociendo las realidades geográficas de unas costas que configuran un mar cerrado que hoy llamamos Mediterráneo, el que está en el medio de la tierra conocida, centro y origen de la actual civilización Occidental.
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