Xavier Vidal-Folch: «El mundo del estado-nación independiente en Europa es el mundo de la barbarie»
Sólo tuve que volverme a matricular de una asignatura de Ciencias Políticas: Política Internacional Europea. Y no porque la suspendiera, sino porque no me presenté a las dos primeras convocatorias, presa del pánico. Un pánico similar al que sentí al saber que Xavier Vidal-Folch (Barcelona, 1952) había aceptado que le entrevistáramos, solo unos días después de hacerse público que había sido galardonado con el premio Francisco Cerecedo que entrega la Asociación de Periodistas Europeos. Periodista en una familia de industriales, licenciado también en Derecho e Historia, ejerce desde que en 1974 el servicio militar le llevó a Mallorca, donde comenzó a escribir en las páginas del Diario de Mallorca. Director adjunto de El País tanto en sus mejores épocas como prácticamente hasta antes de ayer, con una breve fuga a los servicios informativos de TVE en pleno debate sobre la entrada en la OTAN y una larga corresponsalía en Bruselas en los 90, hoy observa las crisis del periodismo desde el sillón de presidente del World Editors Forum. Europeísta y federalista convencido, desea ser también convincente en un momento en el que ni una cosa ni la otra gozan de gran fervor entre la ciudadanía. El pánico vuelve y sube a la garganta al acercarnos a la puerta del hotel Majestic, donde hemos quedado, y ver que el personal de seguridad acude rápidamente. Pero al final nada es lo que parece: aprobé Política Internacional Europea, las dos horas y media de conversación con Vidal-Folch fueron muy agradables y el personal de seguridad solo quería ayudarnos a abrir las puertas.
Yo siempre utilizo dos grabadoras. Una vez hice un libro de entrevistas a toda una serie de gente antes de la Transición, líderes de la resistencia, algunos falangistas como Raimundo Fernández-Cuesta, unos personajes extraordinarios, y cuando llegué a casa no estaban grabadas. No recuerdo cómo lo hice, pero publiqué el libro.
De Truman Capote se dice que las escribía de memoria.
Pero ¡yo no soy Truman Capote! Me parece que alguna la repetí, alguna otra la tenía más fresca… Es verdad que siempre tomo notas.
¿Cómo acaba el hijo de una familia de industriales convirtiéndose en periodista? ¿Querías ser la oveja negra de la familia?
El azar. En casa de mi padre eran industriales y en la de mi madre también, pero había bastante gente del mundo de las letras. Mi bisabuelo era un tipo que, además de tener negocios de comercio de café y coloniales a través de Ámsterdam, se dedicaba a escribir teatro. Hizo la primera traducción contemporánea al catalán de la Divina comedia de Dante Alighieri, antes de la normativa de Pompeu Fabra. Es decir, que en la familia también había esta vena, pero no sé si tuvo mucho que ver, yo no sabía mucho de mi bisabuelo cuando tomé la decisión.
Pero ¿tienes conciencia de haberla tomado? De decir «quiero ser periodista».
Sí, y fue un poco azaroso. En realidad no tenía muy claro qué quería hacer, tenía la cabeza un poco desordenada. Por eso estudié Derecho, para ordenar las ideas y adquirir método, un mecanismo para entender la sociedad. El derecho y la economía son buenos instrumentos para conseguirlo. En la universidad me gustaba escribir panfletos y cosas un poco rebeldes. Vi que se me daba bien y la inquietud política y social y una vena un poco literaria me hicieron tomar esta decisión.
Y haciendo panfletos qué se te daba mejor, ¿la parte literaria o la de la rebeldía?
Era bastante aficionado a las dos. [Ríe]
Tu hermano Ignacio, también periodista, tiene una inclinación literaria mucho más clara.
¡Mi hermano es un novelista excepcional!
¿Que también ejerza de periodista es porque, como decía él mismo en su primer libro, «el arte no paga»?
A él no le interesa mucho el dinero, le interesa sobre todo el mundo que hay detrás del mundo que se representa. Le interesa la bohemia, el mundo de los losers, los que están en las esquinas, los que no llegan a flotar… y esos intereses son muy buenas condiciones para hacer buena novela. Tengo otro hermano, Estanislau, que también se dedica, aunque ahora menos, al mundo de las letras, a la traducción. Ha traducido a Céline, por ejemplo. Él siempre en el mundo de la lengua catalana, Ignacio en el de la lengua castellana y yo, entremedias.
Decía Pla que, aunque ganaran más, los periodistas siempre serían los hermanos pobres de los literatos. ¿Esto se ha igualado, pero a la baja?
No sabría decirlo exactamente. Lo que sí constato es que en los dos oficios hay una dualización tremenda: gente que gana una burrada de dinero —y me parece bien que haya gente que gane mucho dinero haciendo una cosa honrada como juntar palabras en lugar de especulando, que es lo más habitual— y gente que no. Esto pasa sobre todo en el periodismo radiofónico y audiovisual, en la prensa escrita las diferencias no son tan abismales. En el mundo de la literatura también pasa esto. Entre los habitantes del Olimpo y los transeúntes de la Rambla del Poble Nou hay una distancia que asusta.
Hablando de familia, Vidal-Folch de primer apellido, de Balanzó de segundo… ¿Puede ser que esté ante un producto de aquello que Lluís Millet denominaba «las 400 familias», una élite burguesa que controla la economía, la política y la sociedad catalanas desde hace generaciones?…. seguir leyendo