Guillermo Altares@galtaresBuenos días. No puedo responder a todos los mensajes de cariño hacia Ramón, pero los siento todos. Muchos preguntáis: el Tanatorio será hoy todo el día en San Isidro y la cremación mañana viernes en La Almudena, con ceremonia final de flores en el cementerio civil. Un abrazo
A vivir@AvivirGracias, Ramón.
El periodista, escritor y corresponsal de guerra Ramón Lobo, ha fallecido este miércoles por la noche a los 68 años, víctima de un cáncer que le fue diagnosticado hace casi un año y que en todo este tiempo afrontó con la misma valentía y firmeza con la que vivió una vida dedicada al reporterismo internacional, en el que ha sido un referente para generaciones de periodistas. Su muerte, aunque esperada porque él hablaba abiertamente de ella, ha causado una gran conmoción en la profesión, que se ha volcado en mensajes de condolencia.
Nacido en Maracaibo (Venezuela) en 1955, a lo largo de su carrera profesional, Lobo cubrió diversos conflictos por todo el mundo. Inició su trayectoria como corresponsal de guerra en Bosnia y a partir de ahí viajó también a Albania, Chechenia, Irak, Afganistán, Ruanda, Sierra Leona, y Congo entre otros. Desarrolló la mayor parte de su labor periodística en el diario ‘El País’ y cuando en 2012 fue despedido en un ERE que afectó a otro centenar de trabajadores, empezó a colaborar con El Periódico de Catalunya y otros medios. Desde entonces y hasta que le fue diagnosticada la enfermedad, ningún domingo faltó a su sección fija en este diario, que él mismo bautizó Nómadas y Viajantes.
El mito no empieza ahora, porque hace mucho tiempo que existe. Ha muerto uno de los corresponsales de guerra que han marcado el último medio siglo. Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955; Madrid, España, 2023) es un referente para los periodistas de todas las edades que quieren echarse una mochila a la espalda y contar el mundo. El vacío que deja es imposible de llenar. Sus enseñanzas, infinitas.
Su pasión por el periodismo lo llevó a reconvertirse una y otra vez: enviado especial estrella de El País, luego reportero freelance, copresentador de una sección radiofónica en A vivir que son dos días. Y siempre: autor de obras de no ficción e incluso novelas. Nos deja un mensaje importante para todas las generaciones: no importa lo alto que llegues, siempre hay que conservar la humildad y seguir esforzándose.
Alfonso Armada@alfarmada
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Queremos tanto a Ramón Lobo – Frontera DigitalNunca dejó de ser un reportero, y cuando el campo de batalla fue su propio cuerpo se dedicó a quitarle hierro al asunto y a evitar cualquier metáfora bélica que hiciera perder el sentido de la…
12:30 p. m. · 6 ago. 2023
Le tomo prestado en parte el título a Julio Cortázar porque sé que ni a él, ni a Glenda, ni a Ramón le importaría. Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955-Madrid, 2023) será recordado por sus crónicas de guerra y de vida en el límite de la vida, por libros como Isla África, El héroe inexistente, Todos náufragos (unas memorias al estilo del más irónico de los Marx), El día en que murió Kapuscinski, Cuadernos de Kabul y sus lecciones prácticas de periodismo con Mikel Ayestaran (Guerras de ayer y de hoy, editado por Agus Morales en 5W), otro de los muchos viudos que deja este reportero raro. Porque era tan querido dentro y fuera de la profesión como Manu Leguineche, algo insólito entre plumillas, fotógrafos y aves solitarias que tratan de que la muerte de los otros, las desgracias que caen lejos y que debían concernirnos, tengan algún sentido en la crónica general del mundo. Nunca dejó de ser un reportero, y cuando el campo de batalla fue su propio cuerpo se dedicó a quitarle hierro al asunto y a evitar cualquier metáfora bélica que hiciera perder el sentido de la proporción. No le gustaba el peso de la religión y mucho menos el patetismo (su madre, Maud Leyder, fue maestra). En eso parecía un anglosajón (Maud era británica), pero con el contrapeso de la pasión por el fútbol (en concreto el Real Madrid), el sexo y la comida, no siempre en ese orden. Y los gatos, con quienes se entendía porque no eran zalameros, algo que le repateaba en el reino animal y en patio de monipodio de la política. No en vano vivía a un tiro de piedra de la Puerta del Sol y del Palacio Real: en un altillo que le permitía contemplar el poder desde la distancia y asegurarse de que nada humano le fuera ajeno.
Ramón Lobo se empeñó desde muy pronto en uno de los mejores oficios del periodismo, la del reportero, que se parece al tormento de Sísifo. Empujó la piedra cuesta arriba sin perder nunca la sonrisa y cuando era necesario el sarcasmo desde sus inicios en La Voz de América, y luego en la agencia Pyresa, La Gaceta de los Negocios, Expansión, El País (donde fuimos felices y nada ingenuos), El Sol (donde supo que no tenía madera de jefe), El Periódico y la Cadena SER (en A vivir que son dos días contó su ineludible final sin alharacas). De los maestros del oficio aprendió que sin contexto no se pueden entender el fragor de las noticias, que sin acercarse con un buen par de zapatos y una libreta al lugar de los hechos no se puede contar lo que pasa, y que sin buen periodismo lo que triunfan son la desinformación y el cinismo.